Si el marqués de Sade levantara la cabeza...

Tomada como una broma prolongada hasta la extenuación, la segunda entrega basada en la franquicia literaria de E. L. James se torna en un esperpéntico gallinero erótico-festivo en el que el sadomasoquismo es desprovisto de todo su encanto y fulgor en beneficio de un domesticamiento que no provoque excesivos sarpullidos entre una audiencia que ha sido seducida por completo con las tribulaciones sexuales que comparten Christian Grey y Anastasia Steele.
Cuando parecía que ya estaba todo dicho en la primera entrega, se asoma de la chistera de Hollywood una segunda parte que poco aporta al conjunto de un argumento que reincide en el mismo esquema y que, al contrario de lo que afirma su título, resulta mucho menos oscura de lo que pretende y todo se torna en un folletín melodramático cuyo destino resulta más bien incierto debido a lo errante de un guion que no sabe muy bien hacia dónde quiere ir.
A falta de un buen armazón dramático, todo se resume en un refrito de saltos de cama y derivados en los cuales la pasión es suplida por el diseño.
Por otro lado, la excusa que sustenta todo el meollo de la cuestión –el poder y la sumisión– sale a relucir de vez en cuando para justificar los más de cien minutos de apatía total que provoca una relación que, personalmente, no me dice nada ya que se fundamenta en un código de complicidad muy errático que rápidamente se disfraza de ñoño y abandona su vertiente telúrica. Otro elemento a tener en cuenta es la poca química que emana de las secuencias que comparten Dakota Johnson y Jamie Dornan, los cuales parecen haberse conformado con ejercer de maniquís –gracias a un suculento cheque– dentro de un producto de consumo rápido que se esfuerza a cada instante en dejar entrever algunos retazos que justifiquen una tercera entrega cinematográfica.

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