Pablo CABEZA
BILBO
Elkarrizketa
DIEGO VASALLO
INTÉRPRETE, ESCRITOR, PINTOR...

«Las canciones me pisan los talones, hay pocos disfraces en los que protegerse»

En el inicio de los ochenta forma parte de Los Dalton. En el 83 es un Duncan Dhu. Desde entonces no ha parado de actuar, grabar, escribir, pintar… y reflexionar sobre la vida y su porqué. Es actualidad por «Baladas para un autoretrato», que presenta hoy en Amaia K Z de Irun. 19.00.

Con las entradas acusadas por un pelo de mirada hacia atrás, Diego Vasallo vive, sin embargo, en el presente sin nostalgias. Delgado, con colores oscuros, reloj de pulsera y rostro para el blanco y negro, Vasallo se siente atraído por la filosofía taoísta, lee a Séneca y se acerca a las “Meditaciones” de Marco Aurelio. Tan lejos como próximo a Duncan Dhu, el autor de “Cien gaviotas” lleva años contrariado por no ser capaz de aplicar a su vida las enseñanzas zen. Mientras tanto, compone canciones sublimes, como las aparecidas en “Baladas para un autoretrato” (Subterfuge), difícil en una primera escucha, sublime a las pocos noches. Posiblemente su obra más completa y uno de los discos más cautivadores de los últimos años, y no es pop, ni indie, ni alternativo ni “ni de ni”. Escribe hambriento de soledad y belleza, y se percibe. Antes fue “Canciones que no fueron” y ahora “Al margen de los días”, que también incluye el cedé con el vinilo, su soporte principal. De crío leía cómics y dibujaba. Desde el inicio del nuevo siglo la pintura abstracta es parte de su cincelada figura, como los poemas de paseante y su música no adscrita.

“Baladas para un autoretrato” se editará el siete de abril en formato compacto y con dos canciones extras. Además habrá un single 7 pulgadas. Previamente se publicó en vinilo más cedé (incluido en el pack) y casete. Sus canciones electroacústicas sonarán hoy en Amaia K Z de Irun a partir de las 19.00 horas con el apoyo de la sobresaliente banda que ha grabado el disco y que lo han teñido de alt-country, folk y roces blues. “Todo lo bueno”, “Cada vez” o “Mapas en el hielo” son imbatibles, el resto imponderables.

Da la impresión de que ha encontrado el camino musical más adecuado, con las piedras justas y los clarooscuros adecuados para seguir sobre sus pasos.

Me parece que los cambios muy evidentes son ahora más difíciles porque la forma de las canciones la siento cada vez más cerca de mí mismo, de mi forma natural de mirar. Las canciones me pisan ya los talones, ya hay pocos disfraces en los que protegerse. Aunque siempre habrá cambios de unos discos a otros, irán cambiando como va cambiando uno mismo con el tiempo.

No obstante, el álbum es más variado de lo que aparenta, quizá su timbre vocal lo tiña de un color, pero de «Ruido en el desierto» a «Cada vez» o «Que todo se pare» va un disimulado tramo.

Sí, hay matices en el disco y se ven distintos caminos. Hay canciones con claras influencias country-folk, otras más sucias, contaminadas de blues, y quizás algo de música callejera, como de orquestina de salón de baile. La banda con la que he contado también ha determinado en gran parte el sonido, son músicos que vienen del rockabilly, del country, del blues…, y eso se nota. Nos planteábamos cada canción como un pequeño universo cerrado, con su propia atmósfera, como habitaciones sin ventilar.

Inicia el disco con «Ruido en el desierto». Sorprende, en parte, que comience de esta manera porque posteriormente no es la forma prevalente. Aquí se muestra como un bluesman con la melancolía y suciedad propia de algunos de los turbios artistas australianos y los originales del Misisipi. La sensación remite también a la ruda y correosa “Fe para no crear”, tan áspera como delicada.

Me parecía un buen comienzo. El carácter blues lo aportó Fernando Macaya, guitarrista y coproductor del disco, tocando una guitarra mía antigua de caja. Se hizo en directo intentando atrapar la crudeza y las aristas de la interpretación. Esa canción y “Fe para no creer” son las dos donde más aparece esa suciedad de blues algo electrificado, un sonido al que creo que nos estamos acercando en directo.

«Todo lo bueno» es una de las canciones más pegadizas del álbum, y sin necesidad de frivolizar con estribillos de verano. Aquí se arropa de delicado y hermoso alt-country quejoso. «Mapas en el hielo» –espléndida– podría continuar por similares acentos musicales, ¿es el terreno dónde más cómodo se va encontrado, de paso, también pegado a una línea folk?

Sí, es quizás la otra vertiente del disco, el lado más folk, más campestre, canciones más claras y limpias. Me gusta que haya distintos momentos en el disco, son canciones como para pararse a descansar. “Todo lo bueno” es una de mis favoritas. Creo que tiene quizás la mejor melodía del disco, es difícil de cantar para mí. “Mapas en el hielo” es una especie de letanía de country crepuscular. Siempre me ha gustado el country, sobre todo el más rudimentario, con autentico sonido de lata.

Retomando «Mapas en el hielo», el texto resulta desolador, además de hermoso, como el dolor de los viejos románticos.

Me interesa la visión del romanticismo, un movimiento muy revolucionario en la época que cambió el mundo. Somos hijos del romanticismo y toda su colección de abismos, infinitos, tormentas, ruinas, pasión y furia. La individualidad frente a lo inmenso. Son ideas estimulantes para crear, en las que, por otra parte, es imposible vivir. Todos morían jóvenes, envenenados por su ansía. Con los años vas prefiriendo tomarte las cosas con más calma.

¿Está de vuelta? ¿De redención frente a etapas de Duncan Dhu perversas, acomodaticias, condescendientes…?

Puedo decir que en mis discos en solitario he hecho lo que me ha dado la gana. “Canciones en ruinas” es sin duda el disco más austero que he hecho. Solo había guitarra, violín, algún bajo y acordeón. De alguna manera era un final de camino; no podía ir mucho más allá. Este disco lo he grabado con otro equipo, en el estudio de Fernando Macaya en Santander, con su banda, y eso ha determinado mucho el sonido y la dirección de las canciones. Ha vuelto a aparecer el rock and roll más primitivo, el country, el blues, que por otra parte era lo que escuchaba cuando empecé a tocar con dieciséis años.

Se conoce su aprecio por Leonard Cohen y le hemos leído un buen texto de despedida. Pero a Tom Waits le tiene muy cerca por diferentes motivos. Le siento en «Cada vez».

Tom Waits me parece un artista enorme, descomunal. Leí no sé dónde que en Tom Waits parece que no hubieran existido los 60, y eso me encanta. En música yo siempre he sido mucho más de los 50 y de sonidos primitivos, pre-rock ‘n’ roll. Con doce o trece años iba buscando por las tiendas discos de orquestas de los años 30 y 40; algo muy raro para un chaval nacido en los 60. De Waits me fascinan sus producciones, las cosas nunca suenan como te las esperas, es un mago de la grabación sonora, una especie de entomólogo de sonidos. También es, entre los grandes escritores de canciones anglosajonas, el que más me gusta como letrista, pariente de Bukowski, y de todo ese romanticismo sucio norteamericano.

Parece que prefiere el lado sombrío de la vida, la incomprensión de ella misma desde su propio pasado.

Hay bastante de mirada interior en los textos, de referencias autobiográficas, aunque con su dosis de licencia literaria. A mí me da igual que lo que se cuenta en las canciones sea real o no, haya o no ocurrido, me importa que sean verdad; que sean una verdad en sí mismas, que transmitan una mirada, una forma de ver el mundo. No me interesa hablar de la realidad concreta, sino de la existencia en este mundo, cotidiana, pero atemporal. En ese sentido los textos sí podrían tener relación con los románticos, el enfrentamiento con lo inmenso, con la angustia y la perplejidad de vivir, pero los artistas románticos no se resignaban, y en mis canciones aparece la resignación; debe ser la edad.

Qué diferencia hay entre el Diego Vasallo escritor de canciones y el de «Al margen de los días», su reciente poemario. Parece, en conjunto, que hay un pesimista cruel y obstinado, ¿quizá por eso le dedica parte de tus escritos a Emile Cioran? Aunque ya en el disco junto a Suso Saiz escribía: «Hay pocos días fáciles y solo algunos valen la pena…» (1999).

La diferencia está en la forma. Los poemas son textos breves, como cogidos al vuelo, sin mucha vocación de poema, realmente. Son más como diarios poetizados, ligeros, reflexivos y contemplativos. Apuntes de paseante. El fondo es bastante parecido, se repiten las obsesiones, la perplejidad ante lo absurdo de las conductas humanas y de la inmisericorde tozudez del mundo, el desconcierto. Cioran era un esteta del pesimismo, una especie de virtuoso en la materia. Paradójicamente a muchos nos reconforta, nos hace sentir menos solos.

Uno de los poemas dice: «El hombre es una bestia, no hay nada que hacer. Las veleidades sociales del espíritu siempre conducen al desastre. Aislamiento y reclusión: lo único sensato». ¿Admitir la derrota como seres humanos y el compromiso solidario?

Es como decía antes, la resignación. Una cierta dosis de aislamiento es necesaria, la continua exposición al contacto humano creo que es difícilmente soportable; es simplemente una defensa, un parapeto, un lugar más apacible donde cultivar tu huerto de pequeñas desdichas y también de alegrías domésticas; los abismos cotidianos, que era el título de uno de mis discos. El compromiso solidario es necesario, pero también lo es establecer una cierta distancia con las cosas, intentar inútilmente ponerte a salvo de las inclemencias del mundo.

En otro poema dice: «Todo mi mundo cabe en este atardecer» ¿Un abrazo a la soledad y un beso a la melancolía?

El vacío es otro de los grandes temas, me interesa el acercamiento del budismo zen al misterio de la existencia. Lo relativo de todo, realmente somos poca cosa. Y también está la forma literaria claro, elegir las palabras, poner una detrás de otra.

Parece que tanto en la ilustración como en la pintura, lo evidente no le interesa, que el mundo es abstracto mientras que en textos es descorazonador, a veces hermosamente quejoso.

Siendo todavía un crío empecé con los cómics, me fascinaban. Resultaba evidente que era mi vocación más natural, hasta que la música se cruzó en el camino. Abandoné la pintura y el dibujo durante años, y cuando paramos con Duncan Dhu en 2001 lo retomé con más fuerza que nunca y no he parado de pintar.