Dabid LAZKANOITURBURU

Ecos del ataque con gas químico de agosto de 2013 en Ghuta Oriental

La crisis diplomática tras la muerte de al menos 86 civiles –de ellos una treintena de menores– por un ataque químico en el marco de un bombardeo de la aviación del Ejército sirio contra objetivos rebeldes y yihadistas en la provincia de Idleb recuerda, como un calco, a la que se registró tras un suceso similar en agosto de 2013 en el extrarradio de Damasco.

Tal y como hicieran hace cuatro años, el régimen sirio y sus aliados no han dudado en imputar a los rebeldes la muerte de los suyos, con una diferencia. Si entonces «fueron» los rebeldes los que sacrificaron a su población en aras a forzar una intervención militar estadounidense, esta vez habrían introducido desde Turquía un arsenal químico que el Ejército sirio habría bombardeado sin saberlo y que estaría destinado para utilizarlo en Irak, según Moscú. Solo el Kremlin debe saber qué interés pueden tener los rebeldes sirios, incluso Al Qaeda-Siria, en implicarse en la guerra de su gran rival del ISIS en Mosul y en el oeste de Irak.

Convendría siempre recordar que hasta en la guerra rige el principio del sentido común, trágico y sangriento pero común al fin y al cabo. Por encima de la propaganda... de guerra.

Y ante el recurrente argumento exculpatorio sobre a quién beneficiaría un supuesto bombardeo químico de Damasco, cabría responder preguntando a quién perjudica (qui prodest). En 2003 Barack Obama se hizo un lado ante sus propias líneas rojas tras el ataque químico en el extrarradio damasceno de Ghuta Oriental. Ayer Trump aseguraba que su actitud hacia Al-Assad y Siria ha cambiado tras la «explosión» química en Jan Sheijund. El tiempo dirá si estamos ante una nueva bravata. Pero, puestos a apostar, no creo que las líneas rojas de Trump pasen por Damasco. En eso me temo que coincido con el cálculo de Al-Assad.