Joseba VIVANCO
Final de Copa

Messi, siempre Messi

Leo Messi. Una vez más el astro argentino frotó la lámpara e hizo magia. Marcó, generó y asistió, fue el protagonista de la final de Copa en la que el Alavés, serio, valiente, vio cómo la final se le iba casi sobre la bocina del primer tiempo, dos goles en apenas tres minutos. No le dio para más, en una segunda mitad de menor ritmo que los azulgranas supieron gestionar para minimizar el paso adelante alavés.

BARCELONA 3

ALAVÉS 1


Eduardo Galeano sostenía que «así como Maradona lleva atada la pelota al pie, Messi lleva la pelota dentro del pie, lo cual es un fenómeno físico. Inverosímil». Y claro, ante un fenómeno paranormal como el del argentino ni siquiera un ordenado, voluntarioso y respondón Alavés pudo evitar doblegarse ante el mejor jugador del mundo y probablemente lo será de la historia. No solo anotó el primero, sino que armó el segundo y fabricó y asistió en el tercero, tres mazazos que dejaron en mera anécdota la obra de orfebrería firmada por Theo Hernández y que avivó la ilusión del alavesismo. Resumen de un primer acto en el que se escribió la historia de esta final, porque el segundo fue a título de inventario por parte de un Barcelona que se dedicó a sestear la pelota y aguantar los puntuales arreones alavesistas. Fin.

La historia la sabemos de sobra, sobre todo cuando el Barça está enfrente en este tipo de finales. Siempre nos parece que este año es un Barça menor, no tan fino como antaño, sembrado de dudas. Y más que confiarse, uno se lo termina creyendo una vez dentro del terreno de juego. Y es entonces cuando aparece él. El genio de la lámpara. El tipo que como diría el escritor mejicano Juan Villoro, «ha puesto a prueba la retórica superlativa». Él marca las diferencias cuando y como quiere. Como anoche. Culpable de que el Alavés, que plantó cara y fue fiel a sí mismo, sucumbiera a sus encantos. Frente a una defensa de balonmano que el conjunto culé se las vio y deseó para superar, el ‘dios’ azulgrana azuzó su varita, dio una lección magistral de lo que es relacionarse con sus compañeros, y se sacó esos tres goles que dejaron tocados a los babazorros, adiestrados por Mauricio Pellegrino para aguantar y salir a la contra en pos de un Cillesen indeciso, una zaga dubibativa, pero a los que no dio para más.

Dos goles para cerrar la final

El Alavés plantó un esquema con cinco defensas y a fe que sujetó el ataque azulgrana sin excesivos contratiempos, marcando territorio como hizo a los treinta segundos Manu García sobre Busquets, yendo al límite, cerrando espacios, ante un rival atorado, que no acertaba a ver la luz entre las filas albiazules. Ni la lesión prematura de Mascherano, en banda, trastocó el duelo en el que los gasteiztarras daban el primer susto en un robo de balón de Ibai Gómez que el de Santutxu mandó a la base del poste de Cillessen para después pasearse la pelota por la cal de meta sin que el aliento de la grada lo empujara dentro. Y de ahí, rozando la media hora, al destello de Messi. Lo había intentado una, dos, tres veces, y a la cuarta, la pared con Neymar dio frutos, desde la corona del área, con el interior, lejos de Pacheco. Mazazo que el Alavés respondió con la zurda de seda de Theo, escorado, por la escuadra contraria.

El Glorioso avisaba. No había venido de visita. Se tomaba muy en serio esta final y, como decimos, estaba siendo fiel a lo que había venido siendo durante toda la temporada. Fue hasta casi el pitido que sentenciaba el primer tiempo. En una contra por banda, Neymar conduce con astucia y velocidad, Messi hace de intermediario, André Gomes solo por banda cruza y aparece el brasileño en la madera contraria para empujarla a la red. Curiosamente el Alavés, tras la igualada, había cedido más del doble de remates azulgranas que en la primera media hora. Y ese dato preocupante se confirmó con el 3-1, sobrepasados dos minutos del tiempo reglamentario, otra vez Messi. Desde la línea de banda, de uno, de dos, de tres, rodeado por cuatro, cinco, con tiempo para conducir y buscar al mismo tiempo a Alcácer para asistirle y el exvalencianista cruzar el balón a las mallas. Fin.

Fin porque la segunda mitad fue un querer y no poder del Alavés, que si bien dio un par de pasos adelante, no acertó cuando tuvo ocasión. Fue en el minuto más caliente de los alaveses, el 69, donde acumularon hasta tres ocasiones consecutivas sin terminar de acertar en ninguna y una cuarta con gol en fuera de juego de Deyverson. Lo demás, sesteo del Barcelona, que tan pronto iba al paso como al trote, toques en corto, con una autocomplaciencia insultante, un Neymar en plan consola, un Messi jugando ya solo a ráfagas, y el cronómetro impasible hacia el pitido final. Ese que se hizo esperar sobre todo en esa segunda mitad que no sirvió para mucho, en la que el Alavés trató de echar el resto, apretó, fue, pero no le dio para más.

Un buen Alavés, serio, competitivo, visualizado en un enorme Marcos Llorente en la medular, que se topó con un imposible, con Leo Messi, artífice del único título azulgrana este curso. Esta vez le tocó al Alavés el papel de víctima, digna, pero víctima. No cabe lamentarse. Tan solo resurgir otra vez. Potente.