Ramón SOLA
DESDE LAS GAteras del callejón

Un año más de éxito, pero también un año menos

Revelaba “Rastrojo” ayer ante las cámaras de televisión que una de las misiones que tiene en mente tras jubilarse como pastor es intentar sumar voluntades de instituciones, ganaderías y demás para recuperar los «encierros txikis». Lo estima imprescindible para garantizar la continuidad de la carrera. Pero me temo que la supervivencia del encierro depende de cuestiones más de fondo y más poderosas que si hay o no cantera.

Conviene recordar de entrada que hace ya 30 años que se dejaron de echar a la calle aquellos becerros o «txotikos» tan populares en los 80, que efectivamente hacían las delicias de quienes entonces eran –éramos– unos mocetes, pero que tenían su riesgo indudable por atropellos y caídas. Si el Gobierno navarro optó por prohibirlos en aquella época en que no regían los derechos del niño ni había redes sociales que magnificasen cualquier suceso, nada apunta hoy que otras instituciones vayan a avalarlo y complicarse la vida.

Esto que no deja de ser una minucia nos lleva al problema de fondo para quienes quisieran eternizar el encierro: que es un anacronismo y además visibilizado ante el mundo. La lógica dicta que la creciente concienciación contra el maltrato animal acabará con la tauromaquia y, a su vez, con el encierro. Y a ello se le suma en Iruñea el plus del maltrato humano, porque, al contrario de lo que ocurre en un ruedo, en sus calles es el frágil y desarmado humano quien tiene todas las de perder contra bestias poderosas y armadas como los Miura de ayer. Cualquier masacre televisada en directo sería la puntilla para el encierro, y ni el dispositivo de seguridad más potente y profesional (el de Iruñea lo es) puede garantizar que no ocurra. Así que este 2017 ha discurrido modélico, un año más, sí, pero también uno menos.