Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

Perlas de la Atlántida (III)

Sirva esto como recordatorio de que todo lo bueno se acaba. El Atlàntida Film Fest de 2017, el mayor festival online de cine del mundo, llega mañana a su fin. Filmin, la plataforma creadora de dicho evento, pone el punto final a la 7ª edición de uno de los eventos que, año tras año, mejor consigue alimentar nuestro amor hacia ese extraño objeto del deseo al que algunos llaman “séptimo arte”.

Última llamada, pues, para todos los interesados en descubrir, hasta el último momento, las joyas sumergidas en esta “Atlántida”. Aquí va nuestra tercera prospección a la que sin duda es una de las ofertas cinematográficas más atractivas de la actualidad. Como en los mejores certámenes, vaya.

La primera parada de hoy la hacemos en un lugar extraño, cuyo primer impacto visual produce una extraña mezcla de rechazo y de fascinación en lo más profundo de nuestro propio ser. Hablamos del alma, a lo mejor; de las entrañas, seguro. El primer largometraje de Maud Alpi, “Still Life”, se convirtió con total merecimiento en una de las sensaciones del último Festival de Cine de Locarno, y ahora sigue causando furor en Filmin. Se trata de un documental que en ocasiones nos obliga a revisar la condición de “no-ficción” de dicho formato. La acción se concentra, principalmente, entre las paredes de un matadero. Ahí, la cámara retrata los que seguramente vayan a ser los últimos momentos de unos seres con los que tal vez deberíamos replantearnos nuestra relación. Ovejas, vacas y perros avanzan hacia su propia muerte.

A veces sin saberlo; otras mostrando un grado de consciencia mucho mayor del que en un principio estábamos dispuestos a asumir. Entre la crónica implacable y la fábula fantástica, la joven directora da voz a quienes normalmente no la tienen, y de paso obra un milagro que solo podía conseguirse a través de medios cinematográficos: la transmisión de la mirada (de la forma más mágica, aterradora y pura) entre el objeto de estudio y el espectador. Una experiencia que, al igual que todas aquellas que realmente importan, nos deja con el mal cuerpo de la revelación más dolorosa.

La segunda y última parada la efectuamos en Turquía, país de Emin Alper, director de “Frenzy” cuya traducción más o menos literal sería “locura”. Y efectivamente. Como otros filmes de la misma cinematografía, el producto forja su identidad a través de un misterio (rozando la antipatía del hermetismo) refrendado tanto en el apartado visual como en el conceptual, plano este último desde el que se nos dibuja un país a medio camino entre la realidad y la ficción.

Tanto en lo identificable como en la invención más pura se detectan siempre elementos muy relacionables con el terror del mundo que nos ha tocado vivir. A partir de ahí, toca ir desencriptando la parábola socio-política. Los ojos ven controles policiales, infiltrados en comunidades vecinales, bombas caseras y perros asesinados a sangre fría. El cerebro, sumido ahora en una espiral paranoide tan desquiciante como estimulante, debe ir mucho más allá. El cine como reto al final del cual espera una gran recompensa. Como debe ser. Como en el Atlántida Film Fest.