Sobre el capitalismo hetero
Nuevos tiempos, velocidad irreconocible en las transformaciones sociales y culturales, profundización de conceptos ideológicos históricos… Estamos en la que dicen Cuarta Revolución Industrial, la que eliminará definitivamente la figura del obrero. Pasamos del capitalismo de guerra al capitalismo industrial (el que analizó Marx) para enterarnos en 2008 que nos encontrábamos en el capitalismo especulativo, dejando atrás aquellas reinversiones de la fase inicial, las financieras consiguientes. Hoy, es complejo delimitar todo el campo de la plusvalía. No tanto el de las mercancías, escenario en el que seguimos la mayoría de seres humanos.
Es en esta complicada elaboración de las teorías que nos sirvan para renovar las clásicas, para entender el contexto de la globalización, de la explotación capitalista y, en consecuencia, cambiar la injusta relación de dominación económica que oprime a la mayoría de la humanidad, donde han surgido conceptos que han hecho tambalear algunas de mis convicciones. La idea que me provoca sensaciones contradictorias es la del «capitalismo heteropatriarcal».
Hasta ahora, la definición que he comprendido y me he sentido identificado ha sido la de «capitalismo patriarcal». El comunicado de la Vía Campesina que se leyó el pasado día al finalizar la manifestación en Bilbo apostaba por construir un «mundo fraterno y solidario», para desplazar al «capitalismo patriarcal»: «Nuestro movimiento tiene como enemigo el patriarcado. El carácter feminista de la Vía Campesina fortalece nuestra unidad y compromiso para luchar con igualdad y equidad de género». Un concepto universal. En otros sectores no relacionados con estos movimientos anticapitalistas, sin embargo, lo «patriarcal» se transforma en «heteropatriarcal».
Mis dilemas no lo son tanto por el significado general que se le da al «capitalismo heteropatriarcal», sino por las interpretaciones al hilo de su enunciado. He leído en varios trabajos que la dominación heteropatriarcal es un legado que transmitió Europa al planeta a través del colonialismo. Afirmación extendida con la que no estoy en absoluto de acuerdo y que, de ser cierta, nos endosaría el mito del «buen salvaje», como si las sociedades primitivas fueran un ejemplo de la expresión del matriarcado, por un lado, y de la libertad en la elección de las relaciones sexuales, por otro.
La comunidad humana evolucionó, pero seguimos siendo una especie animal que intenta, a través del progreso y de la transformación social, huir del darwinismo biológico y social. A pesar de las numerosas excepciones que podamos encontrar en el resto de especies que componen la biodiversidad, los lazos de solidaridad grupal, de igualdad, de comunidad, de despliegue del intelecto, de conducta emocional, son los que nos diferencian del resto. A pesar de los avances comunitarios, del reconocimiento LGBTI+, seguimos perteneciendo a la familia homínida, orden de los primates. Es decir, hasta el momento, la supervivencia de la especie depende de esa excitación sexual que conduce, a través del instinto, a la reproducción.
No creo que la hegemonía de la heterosexualidad sea elemento específico del capitalismo. Es cierto que el capitalismo ha incidido en estas cuestiones, en gran manera en la construcción social a través del patriarcado, como en otras relacionadas con las relaciones de poder. Pero las sociedades pre-capitalistas, las feudales, las originarias, son muy similares en su concepción de dominación en la creación de comunidades, clanes o grupos.
Y, según mi apreciación personal, también las enfrentadas al capitalismo desde posiciones marxistas, es decir las socialistas, donde el avance fue notorio en la incorporación de la mujer al trabajo remunerado pero no tanto en las de poder, reproduciendo, aún hoy en los escasos ejemplos que quedan, las mismas cuestiones históricas de dominación. Y no por ello nos referimos a su marco teórico como el del socialismo heteropatriarcal o, por extensión, el del comunismo del mismo signo. Angela Davis describe la lucha de la emancipación de la mujer, el compromiso de socialistas y comunistas en ese camino, pero, a su vez, destaca el hecho del racismo, del no reconocimiento de la mujer negra como actor de cambio entre las fuerzas progresistas.
La hegemonía hetero proviene de nuestra condición reproductiva de especie y la patriarcal de las formaciones sociales que dieron lugar a las comunidades sociales humanas a lo largo del planeta. Ambas son asfixiantes y generadoras de desigualdad, opresión, etc., tanto históricamente como en la actualidad, independientemente del modelo económico de explotación o, incluso, de aquellos en los que los medios de producción son teóricamente de propiedad social o comunitaria.
Friedrich Engels nos propuso el origen de la familia paralelamente al dominio del hombre (especie) sobre la naturaleza, en aquellos estadios cuyos titulares serían hoy irreconocibles, salvajismo y barbarie, previos a la civilización cuyos rasgos están ligados a la producción. No estaba, intuyo, un análisis tan especifico en el pensamiento marxista como el realizado en la actualidad por algunas corrientes ideológicas progresistas sobre la heteropatriarcalidad.
Nuestras sociedades están organizadas antagónicamente, a pesar de las grandes transformaciones de los últimos años en los sectores más avanzados del capitalismo. En clases sociales. La superestructura del modelo capitalista, la formada por los elementos jurídico-políticos, es abiertamente patriarcal, sustentada en el arquetipo hetero darwiniano. Pero las relaciones de producción son las establecidas por el propio capital: explotados y explotadores. Una relación, en consecuencia, de explotación.
Es a través de esta constatación que se me agrandan las dudas al descubrir nuevas interpretaciones del concepto «capitalismo heteropatriarcal» llevado hasta sus últimas consecuencias. Si trasladamos una relación de poder a otra de explotación, la heterosexualidad, por ejemplo, el enemigo se confunde. Y no es una apreciación recién inventada. Hace unos días tuve ocasión de observar un video de una formación vasca con vocación de frente amplio en el que diferentes mujeres daban su punto de vista sobre estas cuestiones. Una de las intervenciones defendía a una de las tendencias. Puesto que la explotación heteropatriarcal ha configurado un mundo injusto en todas sus facetas, los hombres heteros son enemigos declarados, entre ellos, y según afirmaba la interpelada, su hermano y su padre.
Sé que la anterior es opinión no extendida, pero sin duda presente en los debates sobre el modelo liberador. La cuestión es que si llevamos la cuestión al extremo, la explotación no será únicamente de clase, sino también de género. Lo que nos abocaría a la aberración de proponer, al igual que una lucha de clases, una lucha de géneros para superar el modelo económico de explotación, es decir el capitalismo heteropatriarcal. Una lucha de géneros acercada en su modelo liberador a una victoria y a una derrota.
No quiero dar la impresión, como se hace desde diversos foros marxistas, que estas cuestiones se resuelven a la par de la liberación de la clase obrera. Ya he citado en los párrafos anteriores que la plasmación del socialismo, aunque lo tildemos de «real» no superó el heteropatriarcalismo. Creo que la revisión ideológica es necesaria, extensiva al conjunto de la comunidad, de los explotados, y no reducto de una elite modernizada de las sociedades capitalistas más avanzadas. Desde mi opinión, el heteropatriarcalismo tiene más que ver con las relaciones de poder, que con el modelo económico. Lo detalló Silvia Federici en "Calibán y la bruja", un tratado sobre la acumulación original en el que coloca las relaciones de poder en la punta de la pirámide del «nuevo orden patriarcal». Y en estas relaciones de poder, entran también otros actores como la policía, el ejército, las prisiones… el palo. Todo aquello que tenga valor coercitivo.