Koldo LANDALUZE
DIEZ AÑOS DEL ESTRENO DE LA ICÓNICA SERIE

«MAD MEN», EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES

La agencia publicitaria Sterling Cooper está habitada por los fantasmas de aquellos tipos engominados, endiosados, alcohólicos y rodeados de mujeres que subvirtieron su rol de jarrón decorativo. Hace diez años «Mad Men» definió un nuevo modelo de serie.

Desde la alturas acristaladas de la Avenida Madison de Nueva York se dicta el gusto y el pulso de una sociedad hipnotizada por los grandes carteles publicitarios que constantemente le recuerdan lo maravillosa que es. En los 60 Rock Hudson debía ocultar su homosexualidad, tragar saliva y besar a Doris Day. El público reía, Rock Hudson sufría y los nuevos dioses, los publicistas de la Avenida Madison que se definieron a sí mismos como “Mad Men”, exprimieron al máximo la gran mentira de una sociedad marcada por la doble moral. Tal vez la frase impagable que apareció en el primer capítulo de “Mad Men” y que Joan Holloway (Christina Hendriks), la jefa de secretarias de la agencia de publicidad Sterling Cooper, le lanza a la recién llegada Peggy Olson (Elisabeth Moss), defina a la perfección los parámetros por los que transcurría la serie: «Vete a casa –sentencia Holloway–, coge una bolsa de papel y hazle dos agujeros para los ojos. Ponte esa bolsa en la cabeza, desnúdate y mírate en el espejo. Evalúa tus fortalezas y debilidades. Se honesta». El 19 de julio de 2007 la ficción televisiva entraba en una nueva época abierta a la experimentación y la libertad creativa. “Los Soprano” (1999) figura como la serie que ha determinado los cauces de un estilo de ficción que fue consolidado por “Mad Men”, una producción centrada en ejecutivos de publicidad en el Nueva York de los 60 y que llevaba la firma de un guionista que redactó parte de los afilados diálogos de “Los Soprano”, Matthew Weiner. Ni los más optimistas de la cadena AMC –hasta entonces especializada en propuestas lindantes al terror y el thriller–, intuyeron lo que vendría a continuación porque más allá de la sofisticada fachada de “Mad Men” –un drama de época brillantemente ambientado–, lo que Weiner planteaba era un vistazo al pasado desde una óptica actual. Aquel verano de 2007, las cadenas de televisión por cable habían estrenado una historia de espías titulada “Burn Notice”, el drama legal “Damages”, la comedia de ambientación estudiantil “Greek” y las crónicas de un escritor en crisis titulada “Californication”. Si bien todas ellas eran coincidentes en que eran diferentes a lo que se estaba haciendo, ninguna de ellas adquirió la dimensión de “Mad Men”. En una columna previa al estreno de la segunda temporada, que tuvo lugar el verano de 2008, la crítica de televisión Maureen Ryan explicaba algunas claves de esta serie: «Las tramas, inteligentemente construidas –en las que pequeñas notas se combinan al final de la temporada para destacar como fuertes acordes– no son el principal atractivo. Es la manera en la que la serie nos sorprende continuamente con su complicada, y conmovedora y hasta divertida, visión de la naturaleza humana».

La idea central de la serie, que a medida que avanzaban sus temporadas se convirtió en un fenómeno cultural, sugería seguir las andanzas de los personajes principales a lo largo de los años 60 mientras hacían frente a las inseguridades propias y del mundo que les rodea, todo ello desde las oficinas de la agencia de publicidad ficticia Sterling Cooper, ubicadas en Madison Avenue de Nueva York. Desde esta perspectiva privilegiada, el espectador se convirtió en testigo presencial de los dispares destinos de Don Draper (Jon Hamm), Peggy Olson (Elisabeth Moss), Roger Sterling (John Slattery), Joan Holloway (Christina Hendricks), Pete Campbell (Vincent Kartheiser) y Betty Draper (January Jones), entre otros. “Mad Men” pasó de ser un drama de época difícil de digerir –como atestiguaban unos índices de audiencia que en la primera temporada apenas lograban reunir a un millón de espectadores– a convertirse en un hipnótico análisis sobre el cambio social de esa era que, finalmente, cautivó a la audiencia con picos de hasta 3,5 millones de espectadores.

 

Un tipo llamado Don Draper

En esta descarnada visión de un Olimpo dorado en el que sus dioses lucían sonrías profilácticas, emergió la poderosa presencia de Don Draper (Jon Hamm), un personaje icónico que encarnaba todas las características de la serie y que entre el tintineo de los cubitos de hielo de sus rondas de whisky interminables, disparaba frases como «lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender medias y pintalabios» o cuando entre bocanadas de humo sentenciaba que «la gente compraba cigarrillos antes de que Freud naciera». La revelación de su verdadera identidad y todos sus intentos posteriores por encontrar un sentido a su vida, por encontrar algo de paz interior, se concentraban en frases como «cuando un hombre entra en una habitación, trae toda su vida consigo. Tiene millones de razones para estar en cualquier otro sitio. Simplemente pregúntale». Entre vasos vacíos y ceniceros cargados de colillas, Draper asume que los convulsos años 60 desmoronan su castillo de naipes y facilitan el ascenso de la generación encabezada por una Peggy Olson (Elisabeth Moss) que, si bien debe recurrir en ocasiones al autoengaño, se mantiene firme en su empeño de que sea la propia sociedad y no sus superiores –hombres– quienes decidan si tiene talento o no. Es decir, “Mad Men” mostraba el declive de Don Draper y el ascenso de Peggy Olson, la revolución que sufrieron los roles de género, y cómo no todo el mundo era capaz de aceptarlo de la misma manera, o de adaptarse a ello. Draper representa el doloroso adiós al sueño americano que decoraba las vallas publicitarias. Un universo tan atractivo como peligroso y que el propio Draper definió de esta manera: «La publicidad se basa en una cosa, la felicidad. Y, ¿sabes lo que es la felicidad? La felicidad es el olor de un coche nuevo. Es ser libre de las ataduras del miedo. Es una valla en un lado de la carretera que te dice que lo que estás haciendo lo estás haciendo bien». La radiografía de este suculento personaje podría resumirse en que es el hombre de las mil caras. Brillante publicista, marido adúltero, nefasto padre, jefe a veces excelente y otras odioso, todo ello rodeado de un halo de glamour vintage, pelo engominado, traje perfecto, cigarrillo y copa siempre en la mano, que hacen de él un personaje tan irresistible como detestable. «Muchas veces es odioso, pero trato de humanizarlo, porque entiendo que todos podemos ser de algún modo detestables a nuestra manera», indicaba Jon Hamm, quien encarnó a este personaje.

 

Pasado y presente

La serie, que recrea con impecable factura el incipiente mundo publicitario de aquella década en Estados Unidos, tuvo una de las claves de su éxito en que apela a un sentimiento bastante primario y contemporáneo, «las reacciones del ser humano en épocas de grandes cambios». Así lo creía Maria Jacquemetton, guionista y productora ejecutiva de la ficción para quien “Mad Men” refleja «una vida que se parece mucho a la de ahora. Los hombres y mujeres se siguen relacionando de forma similar, con las mismas guerras que en el siglo pasado».

Maria y André Jacquemetton consiguieron entre 2008 y 2011 el Premio del Sindicato de Guionistas de América por su trabajo en “Mad Men”, éxito que ampliaron ganando el Emmy como productores en tres ocasiones. Su ingrediente básico para el éxito en televisión es «llegar a la esencia del sentimiento, dar con lo que la gente está sintiendo en un espacio y tiempo concretos. Es un ingrediente secreto, no se puede adivinar, pero hay que dar con él», explicó Maria Jacquemetton. En el caso de “Mad Men”, André Jacquemetton añadió que «la situación de los años 60, tanto en Estados Unidos como en el mundo, y la que vivimos ahora son bastante similares: nos encontramos en una etapa de enormes cambios y vemos cómo la gente se enfrenta a ellos con miedo o con aceptación».

 

Galardones e influencias entre bocanadas de humo

“Mad Men” ha ganado numerosos premios, entre ellos quince premios Emmy y cuatro Globos de Oro. Es la primera serie de cable básico en ganar el premio Emmy a la mejor serie dramática, y lo ganó en cada una de sus primeras cuatro temporadas en 2008, 2009, 2010 y 2011. En 2013, TV Guide la nombró el sexto mejor drama de todos los tiempos y la Writers Guild Asociation la posicionó en el puesto número 7 en el top “Las 101 series mejor escritas de la historia de la TV”. El diario “Los Angeles Times” afirmó que “Mad Men” se destaca en las «historias de personajes que luchan por alcanzar la liberación personal en los años agitados que tuvieron lugar antes del advenimiento de las guerras culturales». La diseñadora de vestuario de la serie, Janie Bryant, señaló en relación a las influencias que había provocado la serie que «su popularidad provocó de nuevo ese amor por los mediados del siglo pasado. La serie ha influido en la moda, en el diseño de los muebles e incluso en la peluquería y el maquillaje de hoy día. Ha influido en nuestra cultura popular actual».K.L.