Un mundo dentro del piano

Aunque a mucha gente le pueda parece el colmo de la experimentación, la tradición de introducir objetos dentro del piano para modificar su sonoridad tiene ya más de 100 años, desde que Eric Satie –¡quién si no!– diese instrucciones de colocar trozos de papel entre las cuerdas en su pieza “Piège de Meduse” (1914). Llegó luego John Cage y estableció el piano preparado como una entidad en sí misma, que fue explotada hasta sus límites por los compositores de los años 60 y 70 y que en la actualidad, quizá, se ve ya como un recurso un tanto trasnochado –el año pasado escuchamos en este mismo ciclo a un compositor ruso que llenaba la caja del piano con pelotas de pin-pon que luego salían volando al aporrear el teclado–. Dicho esto, el recital de piano preparado que ofreció Ricardo Descalzo el jueves en Quincena fue sobresaliente precisamente porque no buscaba epatar al público con locuras conceptuales, sino encantarlo a través de un concienzuda investigación de timbres que, por la propia complejidad de su producción, requerían del intérprete un enorme grado de virtuosismo, entendido este de forma diametralmente opuesta al pianismo tradicional.
Lo que marcó la diferencia fue la seguridad que mostró Descalzo. Dejar atrás el teclado para meter las manos en las entrañas del instrumento supone para un pianista salir de su zona de confort, lo que suele traducirse en manipulaciones que pueden parecer un tanto arbitrarias. No fue así con Descalzo, que ejerció un control absoluto sobre la extensa cartografía interior del piano, con una memoria asombrosa para recordar, sin partituras, hora y media de instrucciones precisas para extraer los sonidos más inesperados. Entre las obras hubo de todo: el estreno de Elena Rykova fue de una sutil teatralidad; Marianthi Papalexandri logra minúsculos sonidos industriales con el uso de motores; hubo también una obra vasca, “Reflejos de un grito mudo” de Sofía Martínez, de una delicada poesía; y, relajando la concentración, breves interludios de Gourzi, Naito y Gubaidulina. La proyección en vídeo del interior del piano ayudó a disfrutar aún más.

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