Es una pena que hayan tardado tanto en distribuir esta curiosa pieza de animación procedente del mercado francófono, y que ha sido realizada por Christian De Vita, colaborador de Wes Anderson en “Fantastic Mr. Fox” y de Tim Burton en “Frankenweenie”. Su originalidad reside en la utilización de la técnica japonesa del origami, ya que todos los pájaros que aparecen en la película están hechos con papel doblado, a base de capas superpuestas que van dando la idea del plumaje.

Otro acierto de “Gus petit oiseau, grand voyage”, distribuida internacionalmente como “Yellowbird”, es la traducción al lenguaje infantil del grave problema social de la inmigración. Mediante un simbolismo simplista se exponen las cuestiones humanas que encierra el miedo a lo desconocido implícito en todo viaje a otros mundos y otras culturas. Y, sobre todo, la forma en que la solidaridad grupal sirve para vencer las barreras que el individuo que abandona su nido y se echa a volar va a encontrarse a lo largo de un camino lleno de peligros.

Gus se cae del árbol y rompe el cascarón en medio del bosque, con la única presencia amiga de una mariquita, que no hace sino avivar su imaginación a falta del instinto maternal de la especie. Le convence para que se lance a la aventura, nada menos que a la odisea africana, rumbo al sur, aprovechando que una bandada de aves migratorias ha perdido a su guia.

El inexperto pajarito les lleva en dirección contraria, rumbo al norte, lo que provocará muchas dudas y recelos en el seno del grupo. Así se irán enfrentando con cazadores, urbanitas parisinos, aves de hierro (aviones), un carguero hundido en alta mar y los rigores del frío polar. Al final, y ya muy in extremis, el neófito conseguirá resolver el desastre expedicionario, gracias a un vuelo directo. Una vez a salvo queda claro que no estaba en su naturaleza el migrar.