La muñeca de trastero que no deja de dar sustos

El sueño de todo quincallero o chamarilero es encontrarse con algún objeto antiguo abandonado en un trastero que poder vender a precios desorbitados en una subasta. El trasto viejo hallado por James Wan como productor es la muñeca Annabelle, que le está dando más dinero que sus propias creaciones autorales. Asociado esta vez con Peter Safran, que es de los que nunca se gasta más de 15 millones de dólares en una película de terror, lleva ya más de 300 millones recaudados, a sumar a los 257 obtenidos con la anterior entrega. No es de extrañar que, en vista de su rentabilidad, vayan surgiendo otros tantos derivados de la franquicia madre “Expediente Warren”, el próximo a cuenta de la monjita endemoniada.
Si me preguntan qué es lo que el gran público ve en esta muñeca inmóvil y acartonada no sabría contestar, pero parece ser que actúa como receptor de todos los miedos concentrados entre cuatro paredes, de tal suerte que el guionista Gary Dauberman y el realizador sueco David F. Sandberg se han afanado para “Annabelle: Creation” en que su muñeca maligna sea una máquina de generar espantos a su alrededor. De entre todos esos sustos no aptos para espectadores taquicárdicos hay un par que consiguen sobresaltar a toda la audiencia, que es en resumidas cuentas de lo que se trata. En consecuencia la mayoría de quienes pasan por taquilla no salen decepcionados de la sala oscura, ya que su grado de satisfacción es equiparable al que procura una atracción de feria de las que te aseguran la sensación de vértigo adrenalínico.
En cuanto a la historia en sí, estamos ante una precuela que se remonta a los orígenes del personaje inanimado, con el matrimonio de jugueteros que le diera forma siniestra impactados por la perdida accidental de su hija del mismo nombre. La ambientación de los años 40 favorece el desarrollo de una atmósfera de gótico americano rural cercano al neowestern.

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