Mikel ZUBIMENDI
DONOSTIA
Elkarrizketa
EL GRAN WYOMING
MÚSICO, HUMORISTA Y PRESENTADOR DE «EL INTERMEDIO»

«‘El Intermedio’ da consuelo, pero no sirve para cambiar las cosas»

El polifacético José Miguel Monzón Navarro (Madrid, 1955) comparte con su alter ego una frenética oratoria y agilidad mental, un humor ácido y socarrón que ha hecho de la sátira política televisada un fenómeno comunicativo de masas, de un impacto brutal.

Invitado por Euskadiko Filmategia y Kutxa Kultur, este popular showman televisivo ha visitado Euskal Herria para presentar en Tabakalera de Donostia su clásico favorito de la historia del cine y dar un concierto con su banda Wyoming & Los Insolventes. En la sesión “Gustukoena”, apostó por la película “El verdugo” (Luis García Berlanga, 1963). Justo antes, atendió a GARA y conversó sobre todo tipo de temas, a todo gas, de forma directa, brillante, sin rehuir ninguna pregunta.

Comenzamos comentándole que en muchísimos hogares vascos la misa empieza a las 21.30, de lunes a jueves, con su programa; que en un ecosistema comunicativo sin medios independientes y sumisos al poder, al menos da caña al PP y que eso, de algún modo, consuela y aporta en términos de salud pública. «Ahí la has clavado: consuelo sí, pero es lo único que he dado, otra cosa no sé. Antes de nada, una puntualización: la gente cree que ‘El Intermedio’ es mi programa, mi historia y mi cosa, pero yo soy solo un empleado».

Corrupción y frustración

Reconoce que «como líder de opinión me encuentro muy incómodo. Al final la gente no sabe lo que pienso, solo lo que digo en mi trabajo. Este programa tiene varias cosas buenas. Una, quitarle la solemnidad a la política. Aquí, cuando alguien es elegido cargo automáticamente deja de ser administrador de la finca para ser propietario y se distancia. A un ministro hay que hablarle así, a un político de esa otra forma… Pero oye, qué pasa, es un paisano que tiene que hacer lo que nosotros le digamos, para eso le hemos votado. Y dos, debe administrar nuestros bienes y hacerlo con muchas explicaciones. Esto desaparece automáticamente con el sistema que tenemos montado». Y con cierto orgullo existencial, señala que «si nuestro trabajo sirve para desmitificar, para quitarle ese halo de solemnidad, pues bienvenido sea».

Incide en la utilidad pública de su programa y en que «sí sirve de consuelo», pero reconoce que «llevamos once años de programa con los mismos protagonistas, con la misma corrupción. Si el programa sirviera para algo, en dos años ya estarían otros. Pero no, son los mismos. Para mí, es muy frustrante. Razón por la cual tengo vías de escape como la música, con la banda de Los Insolventes. Es una terapia total».

La pregunta viene dada: once años con la misma cantinela, con la corrupción sistémica y desparramada del PP, con las mismas caras, los mismos nombres, ¿no le entran ganas al Gran Wyoming de tirar la toalla, de que, como se dice, reviente todo y a otra cosa mariposa?

«Ya te digo, si por lo menos cambiaran caras... Lo dramático es que cada día hay una fechoría nueva con los mismos. Aquí si en algo la Transición no funcionó fue en la Justicia. Hay una serie de parámetros que, bueno... Quiero decir, que jubilar de golpe un Ejército o una Policía, pues ¡madre mía! Se les podría haber puesto un cerco, pero bueno. ¿Y con la Justicia, qué hacemos? Como todos sabemos, es independiente –dice con sorna–; ¿y entonces qué pasó? Pues se dejó la que había. La Justicia solo funciona cuando quiere, porque hemos visto con la celeridad y la contundencia que se emplean en Catalunya. Ahí la Justicia interviene de un día para otro y todo pim-pam-pum, y que se cumpla la ley. ¡Joder! Aquí estamos esperando casos 15 o 20 años, prescriben y no pasa nada. ‘El Intermedio’ sirve de consuelo, pero nuestra denuncia no sirve para cambiar las cosas; a lo mucho, sirve para que la gente sea consciente de lo que hay».

La conversación gira hacia la política. Ahora que esta se ha hecho en gran parte espectáculo, para una persona que viene precisamente de ese mundo, que hace de la política y el humor los ejes de su trabajo diario, ¿cómo ve su evolución desde su atalaya? «Para mí la política es simplemente qué tenemos que hacer los ciudadanos para vivir en comunidad. Nada más. Y es una cosa que delegamos en terceros. Ahí es donde viene el primer error. Somos muy responsables de las cosas que nos pasan. No digo que tenemos los políticos que nos merecemos, porque esto no se lo merece absolutamente nadie; este es un tópico a desechar de entrada, porque no es verdad. Pero sí delegamos. ¿En qué sentido? Somos muy de: ‘¡Que me den Sanidad! ¡Que me den Educación!’ No, no… Todos los derechos, todos los servicios, todas las cosas a las que tenemos que acceder hay que construirlas todos los días, por desgracia».

Encantado con sus detractores

Y con ritmo endiablado, disparando palabras e ideas, nos hace una confesión: «Soy del mundo del espectáculo. Pero uno es lo que hace y, por circunstancias, estoy ahí, en un programa que prácticamente da información política. A mí esto me pilla totalmente desprotegido. No soy un periodista profesional, como estos que ven las fotos del ‘National Geographic’ de un niño en huesos rodeado de buitres y se plantean la cosa de ‘espantamos a los buitres o no’, porque así cambian la realidad. Yo esta duda no la tengo, no soy un profesional de eso, yo espanto a los buitres. En este programa me entero de muchas cosas y me afectan mucho, y no tengo la protección que podría tener un periodista profesional; es decir, ‘señores, voy a ir al Congreso todos los días, o a donde me toque, escucho, cuento y a otra cosa’. A mí no, a mí me afecta, sufro los avatares de un periodista profesional sin serlo, es como si te soltaran al ruedo sin ser torero. Hasta cierto punto me siento más corneado que un periodista normal».

A su edad, con su experiencia, con pocas satisfacciones ya por sentir salvo la de seguir dando caña donde más les duele, aunque eso le haga enemigo prioritario de la caverna, Wyoming reconoce que «personalmente me siento bien, estoy encantado con mis detractores. La gente que detesto me odia y eso me hace pensar que voy en el buen camino. No voy a hacer nada por congraciarme con ellos».

Regresión fascista

Compartimos la sensación de una regresión brutal, de una peligrosa reaparición del fascismo español. «Es cierto. Vivimos situaciones que antes eran impensables. Encarcelan a raperos y hay policías, de la asociación mayoritaria de la Policía, colgando fotos armados y encapuchados, amenazando a Puigdemont, y no pasa nada».

Y un tanto encendido, ilustra su posición con otro ejemplo reciente: «Hace unos días Mariano Rajoy decía que vivió de niño en una calle que tenía el nombre de un señor, que era un almirante [Salvador Moreno, ministro de Marina con Franco] que bombardeó a gente, se lo estaba contando a militares y les dice: ‘No entiendo por qué le han quitado el nombre a esa calle’. Esto parece una chorrada pero yo sí que sé, por edad, qué significa: primero, es el presidente de Gobierno y sí sabe por qué le han quitado la calle, porque hay una ley que obliga a ello. ¡Manda huevos! ¡Si anda diciendo todo el día ‘cúmplase la ley’! Está hablando a militares y les dice eso porque cree que les está dando gusto, está defendiendo la memoria de un fascista delante de unos militares, porque cree y entiende que los militares son fascistas. ¿Por qué piensa Rajoy que cuarenta años después los militares son todavía fascistas? Sé perfectamente que si él creyera que esas palabras ofenden y montan un pollo en el ámbito en que las estaba diciendo, no las hubiera dicho. Solo las dice para darles gusto».

«Las cosas solo cambian si la gente las hace cambiar»

Wyoming es madrileño y ha declarado que «España es un país que se gobierna a base de palos» o que «la unidad de España me la suda», en referencia a la utilización del PP de esa sacrosanta unidad. Le proponemos una reflexión al respecto. «Me da igual repetirlo, aunque sé que se paga un precio muy alto. Lo dijo una vez Fernando Trueba, que él no se sentía de ningún lado, y le han intentado arruinar la vida. Yo entiendo que un Estado está formado por gente que quiera estar en él. Estamos además delante de una afrenta muy grande. Ahora, de cara a las elecciones catalanas, pongamos como escenario ficticio que los independentistas arrasan: ¿Qué va a pasar? ¿Metes los tanques? ¿Anulas las elecciones? ¿Haces nuevas leyes para que esa realidad no tenga recorrido? La pregunta fundamental que habría que hacerse es por qué la gente no quiere estar en España o qué habría que hacer para que quisiera estar. Si no quieren estar, pues oye, pues bien, ya está, es una cuestión que no es ni discutible».

Le recordamos también cómo Primo de Rivera decía que «cuando se ofende a la patria, solo caben las pistolas», y le planteamos si cabe la analogía en estos tiempos del 155. «Se está hablando mucho del 155. ¿Pero alguien sabía qué coño era eso del 155? Aquí lo que pasa es que la chistera es muy grande, y mañana es el 136 o el 103, y pasado mañana otro. Aquí para zumbar hay leyes para todo, menos para el derecho a la vivienda, al trabajo, a la sanidad...».

Considerando la excepción española de ser el único Estado donde el fascismo triunfó y que la Segunda Guerra Mundial no lo barrió del mapa, la sociología y la forma de entender la política que generan esas cuatro décadas de franquismo, le preguntamos si ve posible una ruptura con el llamado régimen del 78, hacer saltar ese candado. «Es muy complicado, la otra parte es muy intransigente, no quieren sentarse a hablar de nada. Lo dicen a la cara: ‘algunos quieren ganarnos la guerra 40 años después’. Aquí aún funciona el mito ese de que el 20N de 1975 murió Franco y todos los franquistas. Eso es falso, completamente. Esta gente es intransigente y no atiende a la razón democrática. ¿Cómo habría que hacer? Soy consciente de que las cosas solo cambian si la gente las hace cambiar, pero la gente delega, estamos instalados en la comodidad y queremos que nos solucionen las cosas, pero aquí no cambia nada si no las haces cambiar. Ahora estamos jodidos, la gente honesta está en minoría, pero nunca hay que perder la fe».M. Z.