Las especies animales sirven en la animación infantil para hablar de la diversidad, con lo que su función didáctica está para explicar que se debe aceptar al que es diferente. Y, en efecto, a las nuevas generaciones no les pilla de sorpresa ver las criaturas mutantes más extrañas, pero a la gente adulta nos falta esa naturalidad con la que los niños y las niñas descubren bichos surgidos de los más disparatados cruces. Uno de esos casos es Maurice, una absurda figura que se autodefine como un pingüino-tigre, aunque luego se sabe que en realidad es un pingüino que se pinta rayas de tigre, porque fue criado por un tigresa y pretende ser su heredero en la defensa de la fauna que en la jungla hace el bien. De lo que deduzco que para ser aceptado, independientemente del aspecto que tengas, has de ser bueno. Y es que en el reparto de papeles al koala Igor le ha tocado ser el villano de la función, junto con el ejército de babuinos que le siguen, que más que malvados resultan ser tontos.

Igor es peligroso porque con sus hongos explosivos amenaza el ecosistema, y de ahí que haya de ser combatido en sus fechorías. Pero Maurice y sus amigos utilizan la violencia para detenerlo, en una exaltación del kung-fu y otras artes marciales. No estaría de más que a la audiencia menuda se le aclarase desde la más temprana edad que en el medio salvaje impera la ley de la supervivencia, y que los depredadores actúan por instinto, no por maldad.

Corren tiempos contradictorios, en los que la hipocresía social se filtra también en las series animadas que saltan de la televisión al cine como “Les as de la jungle”: se habla de cuidar el medio ambiente, de conocer y respetar la madre tierra, pero los animales animados están totalmente desnaturalizados, una vez convertidos en peluches o mascotas que protagonizan historias sin sentido. Al pasar del capítulo corto al largometraje se abandona la lógica argumental en favor de la parodia de acción.