Anjel Ordoñez
Periodista
JO PUNTUA

Muerte silenciosa

A mediados de la semana pasada, un operario dejaba la vida en el Puerto de Bilbo tras caer al agua, cuando realizaba labores de limpieza en un barco. Desde 2015, tres personas han fallecido en el citado puerto a cambio de un salario. En Euskal Herria, y en lo que va de año, por cada semana ha muerto una persona en su puesto de trabajo. En 2017 fueron 53 las vidas que se perdieron en accidentes laborales. El trabajo, como puede verse, es una actividad de riesgo. Y lo es mucho más de lo que nos dejan ver.

El accidente es solo uno de los capítulos de la salud laboral, desde luego el más dramático y evidente, pero hay otros. Muchos. Me fijo hoy en uno de ellos. En los últimos años llama la atención el crecimiento exponencial del impacto del estrés en la clase trabajadora. La inestabilidad laboral, con la crisis económica como excusa; la precariedad de las condiciones de trabajo, con la competitividad global como coartada; y la amenaza del desempleo, con la connivencia de la legislación de los estados neoliberales, han disparado los niveles de estrés que soportan quienes cada día han de acudir a su puesto de trabajo.

El cuerpo humano está biológicamente diseñado para reaccionar ante situaciones de estrés ocasionales, esporádicas. Las afronta y no afectan especialmente a su integridad. Pero cuando la tensión es constante, sostenida, cuando la presión sobrepasa a diario la capacidad para afrontar circunstancias que superan reiteradamente atribuciones o formación, la ansiedad acaba por desbordar al individuo y convertirse en una enfermedad crónica, callada y progresiva.

Al principio, gastritis o úlceras. Pero, con el tiempo, enfermedades degenerativas que afectan a los riñones, el sistema circulatorio, el corazón... siempre con graves consecuencias. A veces, nefastas. El exceso de trabajo, el desconocimiento de funciones o el incremento injustificado de responsabilidades son algunos de los factores que, prolongados en el tiempo, pueden desembocar en un fatal desenlace, que nunca aparece en las estadísticas. Ni se reconoce.