Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «120 pulsaciones por minuto»

Cuando las manecillas del reloj vital vuelan

PRobin Campillo ejecuta con brillantez y precisión la puesta en imágenes de un episodio social que jamás debe caer en el olvido y lo hace eludiendo en todo momento los clichés del melodrama y apostando firmemente por un discurso dinámico y carente de artificios. A lo largo del metraje, el cineasta se niega a levantar el pie del acelerador y capta en su esencia visual las pulsaciones vitales de una generación marcada en los 90 por la voracidad implacable del SIDA. Todo en “120 pulsaciones” es una carrera en la que compiten la rabiosa necesidad de concienciar a la sociedad y la fiereza de quienes apuestan por exprimir al máximo un tiempo vital que se agota. París ya no es una fiesta lúdica, es una corriente de pulsaciones en la que se escenifica una conducta irreductible de luchadores espoleados por el ritmo de “Bronski Beat”. Campillo sabe de lo que está hablando, su experiencia en la organización “Act Up” –dedicada a fomentar el estudio y concienciar la prevención del sida– queda reflejada en la intensidad de un montaje que hace justicia al título del filme. Las manecillas del reloj propuesto por el realizador se mueven a toda prisa pero jamás de forma atropellada gracias a un montaje fiero en el que queda de manifiesto la honestidad de un discurso que aboga por recordar un pasado no excesivamente lejano.

En su empeño por no caer en el tópico, el filme se revela como un retrato que coquetea en todo momento con el exceso para subrayar su apuesta por remover conciencias mediante una saludable provocación.

Curiosamente, y dejando a un lado su aspecto más llamativo –que se concentra sobre todo en su dinamismo visual–, donde encontramos la verdadera esencia del filme es en las distancias cortas que adquieren su verdadera dimensión en las secuencias más íntimas las cuales cuentan con el respaldo de un reparto plenamente identificado con la trama.