Carlos GIL
Analista cultural

La necesidad ontológica de una mirada obscena

Estamos en el momento histórico de la confusión atómica, nuclear. Entre el yo y el nosotros existen cuatro pantallas digitalizadas en donde se acumulan los intereses, los recuerdos y los recelos. Se externalizan emociones, sentimientos, relaciones que debían ser personalizadas pero que se convierten en materia de compilación de fotos en redes sociales, que no se sabe si socializan o tienden al aislamiento, a la individualización disfrazada de asunto común. Hay muchos ecos, pero no se escuchan voces nítidas.

Aunque se intente por activa o por pasiva, es imposible sustraerse a lo que sucede alrededor de la función artística en todas sus formas y maneras. La vida entra por las corcheas, los pinceles, la pluma o las mallas de ballet, y en la vida además de lo personal están incluidas las tensiones sociales, las pulsiones políticas, las circunstancias que configuran un estado de opinión, una visión del mundo, eso que hace que no exista nada que se considere inmaculado de trazos de una ideología latente, de una concepción de la organización de los seres humanos en este lugar y tiempo.

Así que sin una ontológicas mirada obscena global a la política, no se podría vivir. Y quizás el humor más duro, más salvaje, sea la mejor o única solución para sobrevivir en estos tiempos donde la vida idiota de un idiota contada por otro idiota puede alcanzar categoría de obra maestra en la idiota manía de tasar lo intangible.