Raimundo Fitero
DE REOJO

Eva

Tener que declarar sobre el maltrato sufrido durante siete años con nombre ficticio se me convierte en una pena añadida. Sigue el miedo porque el criminal que la intentó anular, pese a su sentencia, sigue en la calle porque la ha recurrido. Este violento ser no sufrirá los ademanes de jueces y fiscales que meten preventivamente a políticos independentistas, sino que como si fuera de una estirpe de la banda de M. Rajoy, no entrará en prisión hasta que recorra todos los estadios de la judicatura donde pueda recurrir. Cuando entre, nuestra Eva puede haber sufrido agresiones, vivirá mientras tanto con miedo y deberá seguir utilizando un nombre ficticio. ¿Esto es justicia? No existe un mapa del terrorismo machista, se produce en todos los territorios, clases sociales, culturas y los violentos usan bufandas de diferentes equipos de fútbol. Nuestra Eva, a la que hemos escuchado en la radio, ha recibido la sentencia en Gasteiz, en unos juzgados donde no hace tanto una jueza preguntó a una víctima si se había resistido lo suficiente a abrir las piernas cuando la violaban. Esto significa que la labor de concienciación social debe ser urgente, profunda, en todos los segmentos sociales, pero especialmente en los lugares donde se toman decisiones que pueden impartir una justicia que en estos casos es siempre difusa, por tardía, pero reparadora en cuanto corta la sangría. O no.

Estos relatos en primera persona producen dolor y conmiseración. ¿Cuántas Eva tenemos a nuestro alrededor sin saberlo? Mientras queda en el silencio, la herida crece, se infecta, pero el proceso mental hace que las mujeres sientan vergüenza de que se conozca su tortura, porque entre todos hemos creado un sistema de culpabilidad en las víctimas que opera de manera autodestructiva. No seamos cómplices por falta de interés o por ignorancia diferida