Raimundo Fitero
DE REOJO

El odio

Si algo me parece tan fácil como incomprensible es delimitar el odio. En primera persona, lo que yo odio. Muchas veces se confunde con lo que yo amo. O lo que yo envidio. Pero tipificar el delito de odio, está claro que es una manera de reprimir a quienes no están en tu órbita ideológica. Opinar sobre el otro con humor, sarcasmo y hasta cierto desprecio, puede ser considerado odio o libertad de expresión dependiendo de quién sea el objeto de la diatriba o quién la formule.

Si eres un protofascista, tienes micrófono protegido por ayudas sospechosas, columna en medio de la ultra derecha, estás ante una barra libre. Nunca escupes odio. Siempre tendrás libertad de expresión porque mientes sobre el enemigo. Pero si eres un grafitero, un alma cándida que escribes un mensaje en las redes contra la iglesia católica, los ministros de Franco o te metes contra los insultadores mayores del reino, atente a las consecuencias y mira si tienes suerte de encontrar en tu jurisdicción judicial a fiscales y jueves que no sean ultra conservadores.

Hecha la ley, hecha la trampa, la interpretación de la misma, su aplicación desde criterios ideológicos y cuando hay leyes vigentes como la considerada o la antiterrorista, la libertad está condicionada siempre. Por eso, el planteamiento de la última entrega de “Salvados” me pareció como una fórmula colegial muy bien para el tiempo libre, pero muy poco eficaz en cuanto a colocar las cosas en su sitio. Porque los jueces tienen unos condicionantes que se llaman leyes que aprueban los diputados y senadores en los parlamentos. Y ahí parece que no miramos nunca. Todo es fruto de políticas de involución que se aprueban con votos propios o consensos vergonzantes con políticos electos. Una vez aprobadas desmontarlas es tarea imposible. Dicho sin rastro de odio.