La patinadora artística a la que no querían los jueces

La sociedad estadounidense condena y destruye a sus ídolos con la misma rapidez con la que los asciende, por lo que la caída suele ser para estas figuras famosas como un triple salto mortal mal ejecutado, que era precisamente la especialidad de la patinadora artística sobre hielo Tonya Harding. Poco importó que en los tribunales nunca quedase demostrada su culpabilidad, porque el pueblo soberano ya había dictado sentencia y la declararon persona non grata de por vida. El verse involucrada o ser considerada sospechosa del ataque contra su patinadora rival para los Juegos de Lillehammer de 1994 ya fue más que suficiente, y pagó gravemente las consecuencias de la rodilla maltrecha de Nancy Kerrigan.
“Yo, Tonya” no pretende ser una revancha histórica al estilo de “Revenge of the Nerds” (1984), sino una comedia deportiva y familiar malsana, que cuestiona los valores que defiende el tradicional espíritu del Barón de Coubertin, sustituidos en la actualidad por el sentido de la competitividad más salvajemente capitalista. Con un humor negro a lo hermanos Coen dentro de una trama policial por demás torpe, dinamizada mediante un falso documentalismo en el que la protagonista actúa de narradora poco fiable, apelando a la certeza de que la verdad es lo que menos interesa en estos casos, el relato va dando saltos divertidamente caprichosos para desvelar el clasismo imperante en todos los estamentos sociales, incluidos los deportivos.
La nominada al Óscar Margot Robbie borda el papel de esta concursante anómala a la que no querían los jueces y le regateaban las puntuaciones, y cuya mayor pesadilla la tenía en su propia casa con una madre de armas tomar, de la que Allison Janey hace una brutal caricatura, que también ha merecido la nominación al Óscar en la categoría de Mejor Actriz de Reparto. Ambas mujeres pertenecen de lleno al sustrato marginal denominado “white trash”.

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