Dabid LAZKANOITURBURU
GUERRA EN SIRIA

OFENSIVAS EN GHUTA Y AFRIN, INICIO DEL FIN O FINAL DEL INICIO

El séptimo aniversario del inicio de la revuelta siria llega marcado por las ofensivas en Ghuta, que apunta a la victoria militar de Damasco sobre los rebeldes, y en Afrin, que remite a un reparto-partición de los despojos del país.

El séptimo aniversario, estos días de mediados de marzo, del comienzo de la revuelta siria, que algunos intencionadamente confunden con el inicio de la guerra –esta no empezó hasta meses después– llega marcado por un recrudecimiento del conflicto a todos los niveles, tanto a escala de la guerra interna entre régimen y rebeldes como en su, si cabe, aún más peligrosa derivada regional e incluso mundial. La guerra siria se convirtió pronto en una guerra o guerras cruzadas por procuración en la(s) que las potencias regionales e internacionales pugnan en un escenario, el de Oriente Medio, central en la geopolítica mundial.

Este recrudecimiento del conflicto, en el que todos los agentes están dando el sangriento do de pecho –a excepción de los noqueados rebeldes, que tras su derrota en Alepo perdieron, ellos sí, definitivamente la guerra– puede anticipar, paradoja de toda conflagración bélica, el inicio del fin de la que asola a Siria desde que la represión del régimen de Damasco a las protestas enmarcadas en la malograda Primavera Árabe y la apuesta de potencias regionales como Arabia Saudí, Turquía, Qatar, Jordania... de apadrinar militarmente a unos rebeldes que no tardaron en dar prioridad a una agenda islamo-salafista, incluso en una deriva yihadista (ISIS, Al Qaeda...) arrastraron, a mediados de 2011, al país al conflicto mundial más sangriento de los últimos decenios.

Pero, al mismo tiempo, la agudización–regionalización del conflicto, que desdice a los que auguraron, quizás apresuradamente, un inminente triunfo militar de Damasco, podría presagiar, por contra, un escenario todavía más endiablado en el que las fricciones entre las potencias en juego tomen rumbo de colisión y en la que la única salida sería una pactada pero compleja partición del país. Una solución que ya se apunta.

Todo ello sin olvidar el no descartable, en esta coyuntura, renacimiento del Estado Islámico (ISIS) o de algún clon yihadista, dada su probada maestría para aprovechar como pez en el agua la guerra del «todos contra todos» para asomar y ganar terreno, literalmente en la experiencia del derrocado –pero no del todo vencido– califato .

La primera hipótesis, la del inicio del fin de la guerra y la victoria militar de la dinastía de los Al-Assad, se ve confirmada con la esperada derrota –si no ha ocurrido ya– de los rebeldes en su bastión de Ghuta Oriental. La aviación siria y rusa y la artillería llevan un mes, desde el 18 de febrero, castigando a los 400.000 habitantes del enclave con una campaña de bombardeos aéreos que, acompañada de una ofensiva terrestre que ha partido en tres el enclave, ha retomado el control, una tras otra, de localidades estratégicas, la última la de Hamuriya, y que tiene al alcance de la mano a su capital, Duma.

Esta ofensiva ha ido acompañada de una dosificada campaña de envío de ayuda humanitaria que, perfectamente orquestada por Moscú y acompasada con la campaña de bombardeos, ha desembocado finalmente en la apertura de corredores por los que, tras los heridos, la aterrorizada población civil huye en masa (20.000 solo el pasado jueves) y a los rebeldes no les queda sino negociar su evacuación a las menguantes zonas fuera de control de Damasco, como la provincia de Idleb, o simplemente morir.

El guion ejecutado en su día en enclaves rebeldes como el este de la ciudad de Alepo o la ciudad vieja de Homs se repite de una forma tan grosera que la reacción mundial, que se está limitando a poco más que taparse la nariz, solo puede explicarse por el cansancio de la opinión pública mundial y por las ganas de que aquel drama termine, sea como sea. Y por la convicción, y en algunos casos resignación, de que es Rusia la única que tiene la sartén por el mango para poder hacerlo.

La misma Rusia que, al hacerse a un lado y retirar a su contingente militar pactado en su día con los kurdos en Afrin, ha puesto alfombra roja a la invasión turca del cantón kurdo en Siria, uno de los tres que configuran la experiencia de un proyecto de confederalismo democrático en Rojava (Kurdistán Occidental o sirio).

Kurdos, de punta de lanza a objetivo

Con una campaña de bombardeos aéreos iniciada el 20 de enero, y con milicias turcomanas y los restos del rebelde Ejército Sirio Libre como infantería –los rebeldes se han convertido en simples mercenarios de potencias extranjeras–, Turquía ha conquistado el 60% del enclave y tiene sitiada a la capital, Afrin, cuyos 400.000 habitantes tratan de huir ante una campaña abierta de limpieza étnica contra los kurdos, en marcha en los territorios conquistados.

Abandonados por unos y por otros, Rusia trató de forzar a los kurdos a que se sometieran políticamente a Bashar al-Assad a cambio de cerrar el espacio aéreo a Turquía. Pese a denunciar la violación de su integridad territorial y amagar con intervenir, Damasco se ha limitado a ver cómo turcos (y sus aliados) y kurdos se matan entre sí. Irán envió un convoy de milicianos chiíes puramente testimonial.

Por su parte, EEUU, que no estaba presente en Afrin, no ha dudado en dejárselo a Turquía mientras mantiene la alianza con las milicias kurdas de las Unidades de Protección Popular (YPG) –y ha establecido una veintena de bases militares, según denuncia Rusia– en los otros dos cantones de Jazira y Kobane, sin olvidar los territorios del este, incluida la ciudad de Raqa y zonas petroleras en la provincia de Deir Ezzor, gestionadas por una alianza kurdo-árabe (Federación Democrática Siria).

en paralelo

¿Estamos ante el inicio del fin de la guerra o ante su agudización y complejización en clave regional? Probablemente ante ambas cosas. No es casualidad que las ofensivas contra Ghuta Oriental y contra Afrin estén coincidiendo en tiempo y forma. Y que, mientras Turquía no abre la boca ante la derrota de los rebeldes que han tenido durante años a tiro de mortero el mismísimo centro de la capital siria, Rusia y, por lo tanto, Siria, dejan hacer a Recep Tayyip Erdogan en Afrin contra los kurdos y su experimento democrático plurinacional en el norte de Siria, un experimento que aspiraron a extender al resto del país.

Pareciera que asistimos así a una carrera bélica por consolidar posiciones en Siria Una pugna, eso sí, controlada y monitorizada por Moscú, que ayer mismo reunió a los ministros de Exteriores de Turquía e Irán en Astaná (Kazajistán), mientras se prepara una cumbre tripartita para abril ¡en Estambul!

La jugada está clara. Rusia e Irán, los verdaderos vencedores de la contienda, aseguran a Damasco el control de la Siria útil, mientras Ankara consolida una zona tapón para socavar a los kurdos. La provincia rebelde de Idleb, convertida en reserva-reducto de los restos de la miríada de grupos rebeldes, podría formar parte de un futuro canje similar a los de Ghuta-Afrin. Ya en una posición de desventaja, estos últimos tienen Raqa y los yacimientos de Deir Ezzor como bazas y EEUU solo tiene una, mantener su pica en Flandes en Rojava.

Hace siete años, Damasco respondió militarmente al inicio de una revuelta popular que exigía la salida de Bashar al-Assad del poder y amenazó con el significativo lema de «O Al-Assad o el caos», lo que derivó en una guerra sectaria y de contornos cada vez más complejos. 2.555 días y noches después, Al-Assad sigue, el caos persiste y asoma, clara, la partición.

 

La guerra siria, una carnicería en pleno siglo XXI

Las cifras de víctimas de la guerra siria, que a mediados de 2018 encarará su octavo año, son realmente espeluznantes. Tanto que superan la tradicional frialdad de los datos estadísticos.

Pese a que los balances más o menos oficiales y fiables en un país en guerra cifran en más de 350.000 las víctimas mortales, el opositor Observatorio Sirio de Derechos Humanos, las eleva a 510.000 muertos (24.000 menores). Las tropas pro-Assad, los civiles y los rebeldes o yihadistas se reparten cada tercio de los muertos.

Todo ello sin contar a los 50.000 desaparecidos, en uno y otro bando, a los 45.000 muertos bajo tortura en las cárceles del régimen y a los miles y miles detenidos y muertos a manos de los yihadistas o los rebeldes. Organizaciones médicas añaden otros 200.000 enfermos crónicos muertos por falta de asistencia. A los 212.786 civiles fallecidos (a los que hay que sumar 80 ayer bajo las bombas sirias y rusas en Ghuta) hay que añadir 5,6 millones de refugiados, 6,1 millones de desplazados y 13 millones que precisan ayuda urgente. GARA