César Manzanos
Doctor en Sociología
JO PUNTUA

Autoengaño

El infinito es, sin duda, la capacidad de autoengaño del animal humano. Miente quien es consciente de hacerlo para engañar, pero se autoengaña quien se cree sus propias mentiras. El culmen y objetivo final logrado por la industria aeroespacial, en manos del complejo militar, es imponer una civilización audiovisual global que, a la vez, ha desvirtuado las relaciones primarias y ha convertido en fingimiento, en aparente, toda relación social; ha organizado la incomunicabilidad, las no relaciones sociales para tenernos a los pueblos y a las personas dependientes, sometidas y aisladas. La clave no solo está en dar verosimilitud a las mentiras, a los rumores, sino en construir de tal modo las interpretaciones de lo que se nos muestra como relevante que consiguen que nos creamos y hagamos nuestras sus mentiras, que nos autoengañemos.

Los ejemplos son también infinitos. Cuando la Policía asesina impunemente y va a la caza del negro en Lavapiés, nos creemos que se debe a una actitud aislada de algún agente, pero nos cuidamos mucho de poner en cuestión a la propia Policía como defensora de la seguridad de los propietarios del Estado, no de las personas, como una expresión del racismo institucional. Por el contrario, cuando alguien asesina a criaturas, no arremetemos vehementemente contra la Policía que es por ley la responsable de la prevención y lucha contra el crimen, y nos tragamos que es la expresión de la existencia de personas malas y despiadadas, no de una actitud aislada de alguien que evidentemente no está en su sano juicio y, como zombis abducidos por la sed de venganza que nos inyectan a través de las pantallas, salimos a pedir que se encierre de por vida y que, a poder ser, se torture con toda la crueldad carcelaria posible a ese monstruo que ya no consideramos persona y que se merece algo peor que la pena de muerte, es decir la prisión permanente «revisable».

El control total del sujeto es conseguir que tengamos un policía dentro y que el autoengaño nos convierta en seres sumisos y obedientes, con capacidad de movernos al son de los cantos de sirena que activan quienes, al otro lado del televisor, se mofan de nuestra osada ignorancia. Pretenden convertir a las víctimas en verdugos que demandan castigo, y a los presuntos victimarios en víctimas del permanente, ineficaz y contraproducente recurso a la venganza que ha dilapidado el garantismo y la urgencia de civilizar los conflictos mediante una justicia social, restaurativa y reconciliadora que necesitamos tanto víctimas como infractores.