Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

El amanecer del otro cine

Una vez más, los astros parecían alineados a favor de Netflix. Una vez más, había razones apriorísticas deficientes para dedicar cada una de estas líneas a la plataforma de Video On Demand más sobredimensionada de todas. Que si piques con el Festival de Cannes, que si ofertas de trabajo de ensueño, que si otra superproducción propia... El show debe continuar.

Por desgracia, lo hace más por inercia (o por gula, si se prefiere), que por méritos renovados. El crédito de la marca, mientras, se va agotando. Merced, sobre todo, al nuevo desastrillo de la casa: “Mudo”, cuarto largometraje de un director empeñado también en poner a prueba nuestra paciencia. Duncan Jones, hijo de David Bowie, nos lleva a un Berlín futurista para trazar una errática (y aún peor, torpe) parábola sobre la paternidad.

Un amish mudo, un cirujano (suerte de versión amarga del sarcasmo de “M.A.S.H.”) y una misteriosa camarera son las principales piezas de un puzle al que le cuesta horrores mostrar un dibujo mínimamente reconocible. Durante el visionado de dicho film, brotan sin cesar problemas de comprensión que para nada se deben a la complejidad de la trama, sino más bien a la torpeza narrativa de un autor más centrado en las formas (a ratos atractivas, pero siempre prestadas de otros productos más inspirados) que en dar consistencia al contenido. Resultado: un lujoso despropósito que a ratos, por puro desconcierto, deja sin palabras, y que en última instancia, invita a buscar refugio en ese “otro” cine, aquel que sin ser digno de la maquinaria promotora del marketing, da auténtico sentido al VOD.

Sin salir de Netflix (porque no todo su catálogo es malo), una pequeña joya para celebrar el imperecedero encanto de la animación japonesa. “La maison en petits cubes”, de Kunio Kâto, conquistó en 2008 el Óscar al Mejor Corto Animado. Le bastaron para ello doce minutos silentes en los que la economía dialéctica característica del país del sol naciente, se mezcló a la perfección con el imaginario visual de las vanguardias europeas.

Apenas diez minutos en los que la fascinación que despiertan las imágenes, se disuelve también con una melancolía de potencia y alcance igualmente universales. El paso del tiempo es plasmado aquí con un bello e hiriente buceo por un mundo (el de los recuerdos) hundido en el océano de la memoria. Emocionante en la escala individual; apabullante en la colectiva.

Para rematar la jugada, vamos a esa garantía de éxito que es Filmin. Ahí nos espera “Dawn”, o si se prefiere, el “Amanecer” de una de las cineastas más poderosas que se pueden encontrar ahora mismo en Europa. La letona Laila Pakalnina tira de sentido metafórico orwelliano para llevarnos a una granja que en realidad es la historia viva de su país. Habla de hijos que traicionan a sus padres y de padres que traicionan a sus hijos. Un escenario moralmente desgarrador... e impresionante en una puesta en escena que (ahora sí) deja sin habla. En cada secuencia, la directora se reivindica como una superdotada. Por la grandilocuencia de sus imágenes, y por lo bien implementadas que están en un discurso igualmente grande.