Raimundo Fitero
DE REOJO

Eternos

El eterno retorno. Los programas que fueron un éxito de audiencia que se reciclan, cambian un poco el escenario, buscan a un conductor todo terreno y vuelven a quince años atrás. O a treinta años atrás. O siguen siendo eficaces ante la involución general que vive la televisión generalista. Debo recalar otra vez en Carlos Sobera. Es una obsesión menor dentro de mis fobias y filias. No soy capaz de superar mi memoria escarchada de sus comienzos en ETB-2. Y no consigo entender su presencia constante en todos los canales. En Mediaset parece el sustituto ideal de Jorge Javier, que anda escorado, como intentando salir del encuadre perpetuo. Lo más genuino que tiene es que le da lo mismo lo que haga, siempre hace lo mismo. Es decir, no hace nada. Tiene el convencimiento que a la audiencia lo que espera de él es que sea neutro, aséptico, que mueva las cejas, que sea siempre solícito y que parezca haberse caído de un guindo en cada enfoque. Merece un estudio o un máster en la URJC. 

Por eso, Carlos Sobera es un eterno, eternamente valorado y sobrevalorado. Un anunciante, un servidor de sus patrocinadores, un cuerpo traslúcido que se deja atravesar por todo guion que le pongan en la pantalla. Ahora está en Telecinco con un eterno retorno nuevo, “Volverte a ver”, que es lo de siempre, pero un poco más tontorrón y meloso.  Y la entrega del viernes, con un resultado de audiencia bastante mediocre, tuvo de protagonista a una eterna, Raffaella Carrá, una mujer de televisión, radio, escenario, una estrella, alguien que comunica de manera inmediata y convincente. Como es lo de siempre, se hace lo de siempre, le llaman amigos, aparecen en el plató amigas, que practica un concurso de eternos tópicos y los recuerdos son un rosario de anécdotas que ayudan a momificar la extravagancia y la melancolía.