Nagore BELASTEGI
DONOSTIA
Elkarrizketa
KALPONA AKTER
SINDICALISTA EN BANGLADESH

«Tenemos que seguir luchando porque necesitamos cambios»

Kalpona Akter es la directora del Centro de Solidaridad con los Trabajadores de Bangladesh. Trabaja desde el sindicalismo para conseguir seguridad laboral y mejores sueldos para las trabajadoras del sector textil en su país y en el mundo.

Hoy se cumplen cinco años del fatídico derrumbe en Bangladesh del Rana Plaza, un edificio de ocho plantas que albergaba talleres textiles. Hubo más de mil muertos y más de 2.000 heridos. Este trágico hecho puso al descubierto las precarias condiciones laborales y la situación de explotación de los trabajadores de la industria textil en el país. La sindicalista Kalpona Akter luchó entonces para que las víctimas y sus familias recibieran una indemnización, y después para mejorar las condiciones laborales.

¿Qué ha cambiado desde el derrumbe del Rana Plaza?

Lo que pasó en el edificio Rana Plaza fue un desastre consecuencia de la intervención humana, y era prevenible. Podían haberse salvado esas 1.138 vidas.

Antes del Rana Plaza empezamos una campaña para que las empresas firmaran un acuerdo que garantizara una mínima seguridad laboral y sólo dos lo firmaron. Después del desastre, 220 marcas se adhirieron, y desde entonces la seguridad ha mejorado enormemente. En 160 fábricas han compartido sus estrategias colectivas con los trabajadores y se han renovado las empresas, pero aun así hablamos de menos de la mitad del total de las fábricas.

Así que en general la situación ha mejorado, pero queda mucho por hacer. Antes había una prohibición política invisible de los sindicatos, pues estos podían existir pero los trabajadores no podían acudir a ellos realmente. Después del Rana Plaza, debido a la presión, el Gobierno ha abierto una pequeña ventana a la unión de los trabajadores. Desde entonces se han creado 500 uniones sindicales, pero sólo en 50 fábricas han conseguido firmar un convenio colectivo y la razón es que la mayoría de esos sindicatos son «sindicatos amarillos» (dirigidos por la propia compañía).

En términos salariales, han subido un poco; han pasado de 38 dólares (3.170 takkas) mensuales a 68 dólares (5.675 takkas), pero sigue rozando la pobreza. 68 dólares es el salario mínimo, pero no es suficiente para una familia con dos hijos, así que estamos alzando la voz para pedir 200 dólares al mes.

¿A qué pueden acceder las familias con ese salario?

El 20-30% lo gastarán en la casa y necesitarán un poco más para las utilidades. Con lo que les queda casi no pueden llevar comida a la mesa. Por ejemplo, comen carne sólo una vez al mes y pescado una o dos veces al mes, así que la mayoría de las veces comen arroz con verdura. No pueden tener un equilibrio nutricional que les mantenga saludables. No pueden permitirse la compra de leche o fruta, y no les queda dinero para medicinas. A menudo, los trabajadores viven de los préstamos.

¿Qué opina sobre la indemnización que recibieron las víctimas y sus familias?

Hablamos de una indemnización que es un derecho por ley, pero no le llaman así sino «fondo de acuerdo Rana Plaza», lo cual significa que es caridad, y eso nunca te va a dar dignidad.

Al principio pedíamos 71 millones de dólares para las víctimas y sus familias, pero tuvimos que reducir las demandas a 41 millones y luego a 30 millones. Esa cantidad definitivamente no era suficiente porque teníamos que afrontar el dolor y el sufrimiento que no estaban incluidos en el cálculo. No pudimos hacer más porque nuestra ley es tan débil que si un trabajador muere en un accidente laboral su familia sólo obtendrá 1.200 dólares, lo cual no es nada.

¿Qué podemos hacer en el futuro? A nuestro país ya se le ha pedido que refuerce la ley, que tenga un seguro de accidentes laborales, para que si vuelve a ocurrir otro desastre de este tipo los trabajadores no tengan que esperar tanto tiempo para obtener una indemnización. Para el Rana Plaza tuvimos que protestar durante dos años. Yo misma fui arrestada en Estados Unidos porque pedíamos dinero a Children's Place, que es una de las marcas implicadas.

El sector textil está muy feminizado. ¿La discriminación que sufre la mujer agrava la precariedad?

Es verdad que es una industria dominada por las mujeres, el 80% de las trabajadoras son mujeres, pero la situación no está mal porque sean mujeres sino porque los dueños de las fábricas y de las marcas quieren obtener el máximo beneficio posible, y eso mantiene a los trabajadores en el rango de pobreza. Los trabajadores de nuestro país son los peores pagados del mundo, a pesar de ser el segundo país en la industria exportadora, y eso no es debido a que sea un sector feminizado sino a la avaricia. Nuestras mujeres son fuertes, se están implicando en el sindicalismo y hasta se están convirtiendo en sus líderes. Cuando escuchas mi voz, escuchas las de ellas también.

¿Es difícil trabajar en el sindicalismo en Bangladesh?

Es muy difícil. En 2016 hubo una gran crisis. Los trabajadores estaban alzando la voz por sus derechos y por una subida de sueldos y en respuesta a ello el Gobierno y los dueños de las empresas les acusaron de 14 cargos criminales. Encarcelaron a 39 trabajadores y miles de personas fueron expulsadas de sus puestos de trabajo y pasaron a integrar una especie de «lista negra»; 1.600 eran líderes sindicales. A mí y a mis compañeros nos han imputado hasta 11 cargos criminales. En 2010 estuvimos un mes en prisión. En 2014 quedamos libres tras una campaña internacional de denuncia. En 2012 un compañero fue secuestrado y torturado hasta la muerte. Luchar por los derechos de los trabajadores no es fácil, pero tenemos que hacerlo porque necesitamos cambios.

¿Están los dueños de las empresas ligados a la política?

El 30% de los parlamentarios son propietarios de la mayoría de las empresas. Estamos luchando contra los dueños y contra el Gobierno.

Mucha de la ropa que se fabrica en Bangladesh tiene en Occidente su destino. ¿Qué les diría a las grandes marcas?

Les diría que dejen de sacar provecho de ello y aseguren a los trabajadores que están en lo más bajo de la cadena para que también ellos gocen de derechos laborales y puedan disfrutar de un lugar de trabajo sin violencia. Esto no es solo para los trabajadores bengalíes, sino para todos los que trabajan para estas grandes compañías. Necesitamos de éstas, de eso no hay duda, pero queremos empleos dignos. Y a los consumidores les diría que tienen todo el poder porque están comprando la ropa, así que su labor es alzar la voz por los trabajadores que no pueden hacerlo. Los consumidores pueden marcar la diferencia. Si en Bangladesh ha mejorado la situación es porque los trabajadores y los consumidores hemos luchado juntos.

Así que el boicot no es la solución.

No, por favor. Necesitamos ese trabajo. Las personas no podemos estar desnudas, así que los consumidores van a tener que comprar ropa igualmente y si no compran la que se hace en Bangladesh, comprarán la que se fabrica en India o en El Salvador, y sus trabajadoras no están en el paraíso, tienen las mismas condiciones que nosotras. Así que, por favor, alzad la voz, pero no dejéis de consumir.

 

La campaña Ropa Limpia, una buena práctica para hacer respetar los derechos laborales

Iratxe Arteagoitia, portavoz de la federación solidaria Setem, nos explicó en qué consiste la campaña Ropa Limpia para exigir a las marcas que cuiden las condiciones laborales de sus trabajadores en los países de origen. «Las personas consumidoras estamos en un lado de la cadena, en el del consumo. Kalpona y todas las demás mujeres están en el otro lado, en el de la producción. Cuando compramos algo no nos damos cuenta del poder de presión que podemos llegar a ejercer. Hacer un consumo responsable es fundamental porque les estamos diciendo a las marcas que nos gusta su ropa, pero que no nos gustan las condiciones en las que está hecha, y que así no la queremos. Cuando pasa esto las marcas empiezan a cambiar», subraya en declaraciones a GARA.

Toda la información sobre la campaña está ampliamente recogida en la página web www.ropalimpia.org. «Lanzamos campañas urgentes y si, por ejemplo, hay una denuncia de derechos laborales que afecte a una determinada marca, nosotros informamos y enviamos e-mails, porque no es lo mismo que a la empresa lleguen 50 e-mails que un millón», explica.

Otra de las formas de actuar consiste en acudir directamente a los comercios. «Cuando vayamos a una tienda podemos preguntar a las vendedoras sobre el origen de las prendas y las condiciones laborales de quienes las han hecho, aunque seguramente las personas que están en las tiendas no lo sepan y sus condiciones tampoco sean nada buenas. Si solo diez personas preguntan, dirán que son unas locas, pero si logramos que sean decenas de miles los consumidores concienciados, los dueños de las marcas toman nota de ello, porque están ante una masa social crítica», remarca.

Advierte de que en los últimos años «el etiquetado ‘made in’ China, India o Bangladesh se ha vuelto políticamente incorrecto», por lo que muchas marcas «etiquetan la ropa como si estuviera hecha aquí, cuando igual sólo los botones han sido puestos aquí». N.B.