¡Jo, qué noche... de juegos!

El gran momento de forma por el que está atravesando la comedia, tanto en su formato comercial como en el cine independiente, está beneficiando la llegada de nuevas propuestas que, si bien podrían ser consideradas como apuestas fáciles –debido a que su misión tan solo consiste en hacer pasar un buen rato al respetable y sin excesivos esfuerzos–, logran ese saludable efecto de dibujar sonrisas gracias a un selecto repertorio de gags bien elaborados. John Francis Daley y Jonathan Goldstein han vuelto a unir sus esfuerzos tras la película “Vacaciones”, en esta lúdica y a ratos alocada comedia que logra mantener el interés gracias sobre todo a que los cineastas han sabido dosificar muy bien los enredos y situaciones disparatas que cohabitan en un guion que bebe de distintas fuentes.
Tal vez la más reconocible sea la que hace alusión al perfil de unos personajes sacudidos por ese “síndrome de Peter Pan” que tan bien refleja en sus películas Judd Apatow y que queda personificada en la pareja que encarnan Jason Bateman y Rachel McAdams.
A ambos les corresponde ejercer de maestros de ceremonias de una serie de noches en las que, en compañía de sus amigos, comparten veladas de juegos de mesa. El obligado giro narrativo llega en cuanto el hermano de él propone un nuevo juego que, al parecer, no lo es. El guion, de esta manera, se transforma en un juego de espejos distorsionados en el que nada parece ser lo que es y en el que se vislumbra un guiño bufo a la película de David Fincher “The Game”.
A ratos difícil de creer por sus caprichosos giros y otras un tanto reiterante en sus chistes, el filme se descubre como una afortunada mezcla de los crímenes de salón que imaginó Agatha Christie y el célebre juego “Cluedo”. Mención especial merecen la química de McAdams y Bateman y, sobre todo, el peculiar vecino policía que encarna un inquietante Jesse Plemons.

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