Isidro ESNAOLA
CONFERENCIA DEL NOBEL JOSEPH STIGLITZ

LAS CLAVES DE LA OFENSIVA CONSERVADORA

EL KURSAAL DE DONOSTIA FUE EL MARCO DE LA CONFERENCIA DEL NOBEL DE ECONOMÍA JOSEPH STIGLITZ. DEJÓ DE LADO EL TEMA EN EL QUE ES ESPECIALISTA, LA DESIGUALDAD, PARA PROFUNDIZAR EN SUS CONSECUENCIAS SOCIALES Y POLÍTICAS QUE, A SU JUICIO, SON HÁBILMENTE UTILIZADAS POR LOS IMPULSORES DE LA ACTUAL OFENSIVA CONSERVADORA.

Se esperaba con expectación la conferencia del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz en el Kursaal de Donostia. «Para una vez que la ‘Dipu’ trae a uno de los nuestros...», comentaban dos amigos mientras se acomodaban en sus asientos. La charla organizada entre la institución foral y el Colegio de Economistas la enmarcó el diputado general, Markel Olano, dentro del ciclo Gipuzkoa Talks sobre el futuro económico del herrialde. Tanto Olano como el diputado de Hacienda, Jabier Larrañaga, sacaron pecho, sin ningún reparo, de los índices de igualdad de Gipuzkoa, «cercanos a los de los países escandinavos», dijeron. Las rebajas de impuestos fueron discretamente silenciadas.

El encargado de presentar al ilustre huésped fue el presidente del Colegio de Economistas, Iñaki Ruiz.

Joseph Stiglitz comenzó comentando que ha estado en Euskal Herria varias veces y que conoce la experiencia cooperativa de Mondragon y la reconversión industrial –al parecer una experiencia mejor que la vivida en EEUU, donde puso como ejemplo a su Indiana natal–. Pausado y enérgico, y ayudado por diapositivas, Stiglitz entró rápidamente en materia. Advirtió que no iba a hablar mucho sobre economía, sino sobre todo de política y democracia. Y sobre lo que definió como la «amenaza protofascista».

Pérdida de esperanza

El punto de arranque de su discurso fue el aumento de las desigualdades, que llevó hacia dos consecuencias entrelazadas: la falta de esperanza y lo que definió como el ataque a las «instituciones de la verdad».

El germen de esa falta de esperanza tenía, a su juicio, varias fuentes que se resumen en una: desigualdad. El estancamiento de los ingresos de la clase trabajadora, que apenas han variado en los últimos 40 años. Un patrón que se repite en otros países europeos. Si la atención pasa de los ingresos a la posesión de riqueza, la concentración es todavía más escandalosa. Y considerando otras dimensiones de la riqueza, como la salud o la igualdad de oportunidades, el panorama tampoco mejora.

De hecho, comentó que habían empeorado. Así, por ejemplo, en aquellos estados del Sur y del Medio Este de EEUU donde Donald Trump consiguió los mejores resultados, la esperanza de vida está descendiendo, sobre todo, entre personas blancas de mediana edad, muchas veces a consecuencia del consumo de alcohol, drogas, e incluso llegan al suicidio. Síntomas claros de esa pérdida de esperanza.

A modo de ilustración, contó que, durante las elecciones presidenciales, en el estado de Kentucky los demócratas se esforzaban por explicar que con Trump la gente perdería la sanidad pública y les contestaban que ellos no querían que les ayudaran, querían que les escucharan. Y mientras Trump fue allí varias veces a escuchar, Hillary lo dio por perdido y decidió centrar sus esfuerzos en otros frentes.

Mitos que caen

Para Stiglitz la desesperación también está relacionada con la caída de ciertos mitos de EEUU, como el de ser una tierra de oportunidades. La desigualdad hace que los escalones entre los diferentes niveles de ingresos estén cada vez más separados y en consecuencia sea más difícil poder prosperar.

Pero, a su juicio, la desesperación también tiene otras causas, como los exagerados beneficios que en EEUU se han atribuido a la globalización, como en Europa se han atribuido a la moneda única; o la poca atención a la distribución de la riqueza, que además ha visto mermada su importancia por la bajada general de impuestos; o la cada vez menor capacidad negociadora de la clase trabajadora; o el mito del goteo de la riqueza que va fluyendo desde los más afortunados y empapando al conjunto de la sociedad, algo que en realidad nunca ha funcionado.

Stiglitz considera que este escenario ha sido aprovechado por los conservadores para, en un ejercicio de cinismo, utilizar su poder político y hacerse más ricos todavía. Han apostado por reducir impuestos, liberalizar la economía y bajar los estándares ambientales. Los frutos no sorprenden: los ricos se llevan un ingreso creciente, pero las inversiones apenas han aumentado; y sí aumentan los fondos para donaciones políticas.

Estas políticas minan la cohesión social. Porque, como remarcó Stiglitz, «la desigualdad es una elección política, no es fruto de la tecnología o la globalización, sino de la políticas públicas y de las instituciones sociales que se impulsan».

Instituciones de la verdad

Según su interpretación, el actual orden social proviene de la Ilustración y se caracteriza porque no depende de la autoridad del gobernante, sino que se basa en el imperio de la ley. Incluso liberales como Adam Smith veían que era necesaria cierta coordinación y regulación –la libertad de cada uno choca con la libertad de los demás–.

Según Stiglitz, en este momento se está produciendo un ataque sistemático a las «instituciones de la verdad», es decir, aquellas que van proporcionando las ideas que configuran los mimbres de la sociedad. Entre ellas citó la universidad, los medios de comunicación y también el sistema judicial, la burocracia administrativa o las agencias de inteligencia.

No profundizó Stiglitz en las causas por las que este ataque está teniendo éxito, pero entre los mitos que han caído mencionó el de la justicia. A su juicio es cada vez más evidente que la justicia solo funciona para los ricos; los encarcelamientos injustos se multiplican para los pobres en Estados Unidos, que ya cuenta con el 25% de la población reclusa del mundo, aunque solo sea el 5% de la población global. En el caso de las grandes corporaciones, el vacío es aún más clamoroso. No hay sistema de justicia para ellas y recurren cada vez al arbitraje privado. Vacíos y fallos que hacen que el ataque sea efectivo.

Como ejemplo del ataque sistemático contra esas instituciones para socavar su credibilidad, Stiglitz comentó que Trump envía una media de seis mensajes falsos al día.

Guerra de ideas

Hoy es el día en el que muchos norteamericanos creen que las universidades son malas. Una muestra más de que la ofensiva conservadora es mucho más profunda y está socavando los valores y las instituciones que conforman la sociedad actual y su forma de gobierno. Vuelven los líderes fuertes que gobiernan utilizando las emociones.

En sus conclusiones, Stiglitz abogó por reescribir las reglas de la economía y de la democracia. Señaló que son necesarias políticas públicas activas para distribuir el ingreso y también la riqueza, además de mejorar la educación.

A pesar del negro panorama que dibujó, no quiso terminar sin dejar un mensaje optimista señalando que esta guerra de ideas se puede ganar si comprendemos la magnitud del ataque al que debemos enfrentarnos, que fue saludado por un largo aplauso de los presentes.