Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Caras y lugares»

El arte callejero e itinerante de dos espigadores

A lo largo de su actividad documental, entendida de una manera siempre muy singular y reveladora, la anciana cineasta Agnès Varda ha acumulado una especie de saber popular que la ha hecho inmensamente rica en experiencias vitales compartidas con suma generosidad. Creo que es su rasgo distintivo y lo que la diferencia de sus colegas masculinos de la Nouvelle Vague, refugiados en el egoísmo autoral de sus propuestas solo aptas para la cinefilia de pro. El abismo que separa a la directora de “Daguerrotypes” (1976), “Mur Murs” (1980) y el díptico de “Los espigadores y la espigadora” (2000-2002) del gurú del movimiento de mediados de siglo pasado Jean-Luc Godard queda bien a las claras, cuando este le da plantón y se niega a intervenir en el proyecto “Visages villages”. Dado que el reencuentro resulta imposible, la vitalista artesana del cine se entretiene jugando con su nuevo socio JR a emular secuencias representativas, como la del museo, de aquella vorágine creativa de juventud de la que fue partícipe, porque se resiste a permanecer instalada en las viejas vanguardias.

Evidentemente, el sitio de Varda no está en el interior de las galerías y las pinacotecas, sino al aire libre, que es dónde se respira la cultura y costumbres de las gentes anónimas que nutren su arte callejero e itinerante como buena espigadora que es. Y ha encontrado el compañero perfecto de viaje en JR, un joven fotógrafo muralista dispuesto a recorrer los pueblos con su laboratorio ambulante de la instantánea convertida en cartelismo militante por medio de copias en papel a gran escala con las que cambiar la imagen de paredes, fachadas, mobiliario urbano, e incluso vagones de trenes.

Más que buscar la ocupación de un espacio público, al modo del graffiti, la pareja brinda una oportunidad de hacerse presentes a los rostros que nunca aparecerán en vallas publicitarias.