Arantxa MANTEROLA
MAYO DE 1968 EN EUSKAL HERRIA

LOS ADOQUINES LIBERADORES IMPACTARON EN SUELO VASCO

La histórica revuelta no tuvo la misma intensidad que en las calles parisinas pero la oleada contestaría que ya se manifestaba meses antes, sobre todo en el sector industrial, también se dejó sentir en Euskal Herria y, más en concreto, en la comarca de Baiona.

En realidad, la explosión de Mayo del 68 fue el cenit estruendoso de una situación que se estaba caldeando bastante antes por el descontento existente en diferentes capas de la población, en particular, las de trabajadores y estudiantes. En Euskal Herria esa insatisfacción también tuvo su reflejo en años anteriores como lo recogen los testimonios de la época, los datos ofrecidos por la CGT local o el interesante libro publicado por la zuberotarra Gisèle Lougarot, «Pays Basque Nord: Mai 68 en mémoire(s)», hace diez años.

Para entender el contexto social de hace medio siglo es necesario tener en cuenta que, políticamente, la democracia cristiana empezó a perder su hegemonía y los antecesores de la derecha republicana actual fueron los más refrendados por los ciudadanos vascos, salvo en la zona de Bokale y Maule donde los comunistas tenían mucho respaldo popular. Los socialistas representaban entonces entre el 10 y el 15%. Tampoco hay que obviar el notable peso de la Iglesia católica, ni por supuesto, en lo que se refiere al ámbito económico, la difícil situación del sector agrario –cuya reestructuración acarreó la pérdida de muchas explotaciones– y los planes de desarrollo turístico en el que se lanzaron muchos electos de la costa para contrarrestar el favoritismo de París hacia el litoral mediterráneo y también algunos del interior para frenar el brutal éxodo rural de los jóvenes (más del doble eran chicas que «subían» a París para ser asistentas del hogar en su mayoría) fuera de Euskal Herria.

«Ya no se van a las Américas sino a la región parisina (…) Un estudio realizado sobre 1.500 jóvenes del interior por Euskaldun Gazteria revela que en los pueblos por cada dos chicos sólo había una chica», apuntaba Lougarot.

La situación del sector industrial tampoco era boyante en los prolegómenos de la revuelta. Año y medio antes ya se estaba dando una importante movilización por la pérdida de cientos de empleos y la reivindicación de subidas salariales. Son de destacar, por ejemplo, las huelgas habidas en la comarca de Hazparne por la grave crisis de la industria del calzado o el cierre de Forjas del Adour que conllevó la pérdida de más de 1.700 empleos. La capital labortana conoció manifestaciones de más de 10.000 personas en aquel periodo.

Movilización desigual

Sin embargo, en lo que concierne al propio mes de mayo del 68, paradójicamente Hazparne apenas se movilizó. Tampoco lo hizo la comarca de Maule porque, contrariamente a su homóloga labortana, allí la industria del calzado iba viento en popa. En cambio, en la aglomeración bayonesa la contestación obrera desde principios de año era más patente por los conflictos de Breguet, de la MAB (Manufacture d’Armes Bayonnaise) o de la Fundición de Mousserolles, entre otros. La exasperación en el sector se intensificó aún más por las consecuencias dramáticas de los despidos, como el suicido de un trabajador de 61 años que llevaba trabajando en la citada fundición más de 47 años y que se quitó la vida tras perder hasta su vivienda.

Con toda esta carga llegaron las ocupaciones y huelgas que afectaron a muchas empresas de la zona urbana y también de Donibane Lohizune por la crisis de las conserveras. Según datos recabados por Lougarot, el 70% de las empresas de más de 15 empleados se declararon en huelga. Por su parte, CGT da fe de 16 empresas ocupadas, 34 en huelga total o parcial entre el 16 y el 26 de mayo.

Como anécdotas de los efectos de la oleada protestaría, el sindicato recuerda lo sucedido en Turbomeca (1.050 empleados), empresa creada tras la reconversión del personal de Forjas del Adour, cuando los trabajadores se declararon en huelga general. La dirección trasladó en avión privado a los delegados sindicales CGT y CFDT hasta la ciudad de Vichy donde se encontraba el patrón de la firma industrial aeronáutica y cedió prácticamente a todas sus reivindicaciones neutralizando así la paralización de la actividad. Algo similar ocurrió en la comarca zuberotarra de Maule donde, aunque tardíamente, los paros también empezaron a manifestarse. Los patronos, temerosos de que el movimiento se amplificara y no pudieran hacer frente a las necesidades de la producción, accedieron bastante rápido a las exigencias de los trabajadores.

Los funcionarios y empleados públicos, siguiendo la tendencia estatal, respondieron a los llamamientos de los sindicatos (CFDT, CGT y FEN) y durante tres semanas los servicios públicos estuvieron paralizados. El 23 de mayo Carrefour abrió la brecha de los supermercados y grandes almacenes al declararse en huelga.

En cuanto al ámbito estudiantil, el arranque fue difícil. El hecho de que no existiera ninguna facultad contribuyó a ello pero, con todo, los profesores de las escuelas públicas, alumnos de los liceos (15-18 años) e, incluso, algunas asociaciones de padres de alumnos terminaron por adherirse al movimiento generalizado. Las movilizaciones en la calle fueron in crescendo durante el mes de mayo. La más importante coincidió con la jornada de huelga general del 22 en el que ocho millones de trabajadores se declararon en huelga en todo el Estado. En el departamento de Pirineos Atlánticos, CGT informaba de 20.000 manifestantes y de unos 900 estudiantes en las calles.

En las comarcas del interior, apenas hubo movimiento. No obstante, los sindicatos lograron a finales de mes convencer a los trabajadores de las fábricas maulendorras a sumarse a la huelga y unas 600 personas participaron en la manifestación que tuvo lugar en la capital zuberotarra el 27 de mayo.

Efectos postreros

Aunque la eclosión de M-68 no se percibió en el sector primario vasco, la revuelta tuvo también sus repercusiones a posteriori. Por poner dos ejemplos, una de ellas fue el efecto reactivo entre los jóvenes de las zonas agrícolas, que a instancias de Euskaldun Gazteria principalmente, iniciaron unas dinámicas de concienciación y debate para frenar la desaparición de las explotaciones y el éxodo de la juventud lo que derivaría más tarde en la creación, entre otras estructuras, del sindicato ELB.

El otro foco estuvo en Zuberoa, donde ya existía un activismo importante desde principios de los 60 encabezado por Johañe Pitrau en torno a la agricultura de montaña. El estudio realizado por el atharratzearra sobre esa problemática que conllevó la creación de la ASAM para la autoorganización de ese tipo de agricultura era muy conocido en el Estado. La experiencia tuvo un efecto de atracción para jóvenes izquierdistas que tras M-68 se desplazaron a tierras zuberotarras como voluntarios para ayudar a la reconstrucción tras el seísmo de agosto de 1967. A ellos se sumaron grupos de objetores de conciencia. Algunos de aquellos jóvenes se instalaron definitivamente en Zuberoa. Otros participaron unos años después en la emblemática ocupación de Larzac.

Las reivindicaciones feministas fueron relegadas a un segundo plano en la insurrección de M-68. La propia CGT-UL de Bayonne reconoce que no había ninguna mujer en las delegaciones sindicales, patronales ni entre los representantes del gobierno. La igualdad de salarios entre hombres y mujeres, las bajas por maternidad pagadas y otras peticiones no estuvieron presentes en las tablas reivindicativas. Sin embargo, la participación de las mujeres en el movimiento supuso un punto de inflexión en las relaciones con sus compañeros de trabajo y con la jerarquía de las empresas y también con las de la propia pareja y familia. La toma de conciencia sobre esta problemática, dio lugar en los años inmediatamente posteriores a la creación de colectivos feministas, el Planning Familiar de Baiona, etc.

En lo que se refiere al ámbito intelectual, cultural y político propiamente vasco, las reivindicaciones identitarias tampoco encontraron su sitio en M-68. El movimiento abertzale se encontraba en aquellos momentos en una incipiente reorganización tras la desaparición de Enbata un año antes, a lo que se sumó la influencia de la intensificación de la lucha armada en Hego Euskal Herria. La renovación cultural ya iniciada en la danza, la canción, la música o el teatro se revitalizó en aquel ambiente contestatario y disidente y la lucha por la supervivencia del euskara se plasmó, por ejemplo, en la creación de las ikastolas.

La conclusión generalizada respecto al M-68 es que el movimiento empezó antes de los propios acontecimientos de aquella primavera que ha quedado incrustada en la memoria colectiva y que sus efectos se prolongaron, también en Euskal Herria, mucho más allá de los inmediatamente producidos en las siguientes semanas. Fue el resultado de la lucha de muchos ciudadanos que ansiaban abatir aquel status quo burgués y autoritario que les asfixiaba.