Testimonio vivo de un mundo en trance de extinción

En primer lugar es de agradecer que un documental como “Hasta mañana, si Dios quiere” tenga cabida dentro de la programación de una sala comercial, apoyado por la presencia de su joven realizadora, y antes de su emisión televisiva. Su verdadero sitio está en los festivales especializados, de ahí que haya pasado por el Punto de Vista (Iruñea), el FICCI 58 (Cartagena de Indias), IDFA (Amsterdam), Docs Barcelona, Oczy i Obiektywy (Varsovia), Dok. Fest München, o Créteil. Su mensaje no puede ser más universal, puesto que ejerce como crónica viva de un mundo en trance de extinción, constituyéndose en un testimonio de enorme valor que servirá en el futuro de documentación sobre una actividad humana llevada a cabo de forma absolutamente vocacional y desinteresada, por más que a las nuevas generaciones les cueste entender algo así.
La debutante Ainara Vera ha realizado un trabajo del todo original, ya que no tiene nada que ver con otros documentales sobre la realidad conventual o monacal. Se aleja del estudio que el alemán Philip Gröning hizo de la vida contemplativa en “El gran silencio” (2005), al optar por un enfoque mucho más costumbrista y lleno de vitalidad. Se centra en reflejar la alegría cotidiana con que unas ancianas monjas afrontan su última etapa en una residencia contigua a un colegio público de Burlata, con el consiguiente contraste entre las niñas y niños que juegan en el patio y estas mujeres mayores habituadas al enclaustramiento y la convivencia interna del grupo.
El mayor logro de Ainara consiste en dejar que sean ellas las que desarrollen la película con total libertad, ya que la cámara se limita a observar sus quehaceres diarios y conversaciones espontáneas. Eso sí, con una planificación interiorista de perfectas simetrías digna del Jaime Rosales de “La soledad” (2007), que le permite un juego escénico de lo más hábil a la hora de romper con la cuarta pared.
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