Beñat ZARRABEITIA

LOS ÁRBITROS ESPAñOLES, VERDUGOS DE LA URSS

Pese a contar con grandes leyendas en sus filas como Yashin o Blokhine, la selección de la Unión Soviética no pudo alcanzar nunca la final de un Mundial. Algo que sí que consiguió en la Eurocopa, conquistando el título de 1960 y obteniendo el segundo puesto en las ediciones de 1964, 1972 y 1988. No obstante, durante sus últimos años de historia, existe la certeza de que podía haber llegado más lejos en caso de no haber padecido una serie de malos arbitrajes. Los protagonistas de dichos errores fueron el colegiado belga Fredriksson y los españoles Lamo Castillo, Sánchez Arminio y Soriano Aladrén. En los dos últimos casos, actuando como árbitros asistentes.

El 14 junio de 1982, en el marco del Mundial disputado en el Estado español, el equipo soviético debutó frente a Brasil en Sevilla. Era la canarinha de Tele Santana, la que había patentado el jogo bonito de la mano de Zico, Sócrates, Falcao, Eder o Toninho Cerezo, un rival de entidad. De la mano de Konstantin Beskov, los soviéticos regresaban a una Copa del Mundo después de ocho años de ausencia. Con una mezcla de jugadores rusos, ucranianos, georgianos, bielorrusos y armenios, Dassaev y Blokhine eran los futbolistas más destacados.

En 1973, en la eliminatoria final, se habían negado a viajar a Chile pocas semanas después del golpe de Pinochet. Ante la protesta soviética, la selección chilena ejecutó una vergonzante pantomima sin rival en el Estadio Nacional, uno de los mayores centros de detención y tortura de la dictadura. En las jornadas previas, debido a las inspecciones técnicas, trasladaron a los presos al desierto de Atacama. La FIFA, en uno de los capítulos más vergonzantes de su historia, descalificó a los soviéticos dando a Chile por vencedor en un esperpento que duró 30 segundos. Cuatro años después, Hungría les superó en la fase de clasificación.

El colegiado del partido que supuso la reaparición soviética en un Mundial fue el español Augusto Lamo Castillo. Un polémico árbitro de la época que estaría apoyado por Victoriano Sánchez Arminio ejerciendo como asistente. Sus decisiones generaron un gran escándalo. Anuló un gol legal a Shengelia, no señaló un clarísimo penalti por mano de Serginho y perjudicó de forma notable de la Unión Soviética. El marcador final reflejó una victoria de la canarinha por 2-1. A la conclusión del encuentro, el presidente de la FIFA, el brasileño Joao Havelange indicó que le había «gustado mucho el arbitraje». La cadena Televisa tildó a Lamo Castillo como «un árbitro indigno de la Copa del Mundo».

Cuatro años después, en el Mundial de México, el nombre de Sánchez Arminio –que fue presidente del Comité Técnico de Árbitros de la federación española durante 25 años– volvió a aparecer. En este caso en el partido de octavos de final ante Bélgica. El cántabro ejerció como juez de línea del sueco Erik Fredriksson. Especialmente sangrante fue la decisión adoptada al validar un tanto de Jan Ceulemans. Sánchez Arminio levantó la bandera, pero la bajó una vez que el delantero marcó gol. La jugada deparó una escena icónica, la de ver al director técnico del equipo soviético, el vasco Ruperto Sagasti –antiguo niño de la guerra y leyenda del Spartak de Moscú– increpar desde el banquillo a Sánchez Arminio al grito de «fascista, fascista».

Las decisiones arbitrales perjudicaron a la Unión Soviética y determinaron la victoria por cuatro a tres de Bélgica. En caso de haber pasado a cuartos, la red army se hubiera enfrentado a España. Semanas antes, el Dinamo de Kiev, base de la selección soviética de entonces, había aplastado al Atlético de Madrid en la final de la Recopa. En sala de prensa, el mítico seleccionador Valery Lobanovski comentó que sus futbolistas «se había quedado parados después de que el asistente hubiera levantado la bandera».

Pese a lo grosero de sus errores, tanto la FIFA como la UEFA siguieron premiando a Frediksson, designándolo para arbitrar en la Eurocopa de 1988, en la final de la Supercopa europea del mismo año, en la Intercontinental de 1989 o en el Mundial de 1990 en Italia. Un torneo que había ansiado organizar la propia Unión Soviética y a la que acudía con gran ilusión. La reforma aperturista de Gorbachov había permitido a varios futbolistas firmar contratos con equipos occidentales y el gran resultado en la Eurocopa de 1988, siendo finalistas ante Holanda, alimentaba su optimismo.

Nada más lejos de la realidad, ya que los viejos fantasmas volvieron a hacer acto de presencia: Los árbitros españoles y Fredriksson. En el primer partido del combinado soviético, ante Rumanía, el colegiado uruguayo Cardellino señaló penalti por mano de Khidiyatullin en una jugada que se produjo un metro fuera del área. En su informe post sobre el encuentro, el delegado de la FIFA indicó que el trencilla charrúa tomó su decisión tras consultar con el árbitro asistente español Emilio Soriano Aladrén. Fue un choque marcado por tensión política después de la revuelta que provocó la caída de Ceaucescu. Los soviéticos perdieron por dos a cero y comenzaron el torneo a remolque.

Así las cosas, el segundo encuentro se antojaba decisivo. Un choque ante la Argentina de Maradona, la vigente campeona. La albiceleste, además, también había caído en su primer partido ante Camerún. El árbitro principal volvería a ser Fredriksson, a pesar de su actuación cuatro años antes. Volvió a fallar. A la salida de un córner, no pitó una mano clarísima de Maradona debajo de los palos. La jugada impedía un gol soviético y hubiera supuesto un penalti y la expulsión del astro argentino. Todos los integrantes de la red army protestaron la acción de forma vehemente, pero todavía quedaban casi 30 para la implantación del VAR.

Finalmente, en un choque también marcado por la grave lesión de Pumpido y el debut del vasco Goycochea, la albiceleste se impuso por dos a cero con tantos de Troglio y Burruchaga. A la conclusión del partido, Lobanovsky no tuvo piedad con Fredriksson, «ha falseado el resultado. Espero que algún día se haga justicia con este árbitro».

La prensa italiana fue unánime, “Il Corriere della sera” tituló con un rotundo «La otra mano de Maradona», “La Gazzetta dello sport” habló de «La mano de Maradona», mientras que “La Republicca” fue más allá y señaló que «Argentina se salva con trampa». Pese a ganar su último partido 4-0 ante Camerún, la Unión Soviética quedó eliminada en la primera fase. Fue su último gran torneo, ya que pese a clasificarse para la Eurocopa de 1992, el Campeonato lo disputó un equipo unificado bajo el nombre de Confederación de Estados Independientes (CEI).