Joseba VIVANCO
MUNDIAL RUSIA 2018

¿Qué cosa inverosímil no pasa por el fútbol charrúa?

La selección uruguaya escenifica durante su trayectoria vital una propuesta más espiritual que futbolística.

«El jugador uruguayo sabe, por costumbre, que la celeste se suda y se sangra con gusto, con devoción, porque si no se está engañando. Pero no se engaña al seleccionador ni al compañero: se engaña a la madre, a la novia, al amigo». Así describe el ‘maestro’ Alex Couto Lago, autor de libros como ‘‘Las grandes escuelas del fútbol moderno’’, ‘‘Catenaccio’’ o ‘‘Fútbol, ¿preparados para competir?’’, en un artículo firmado estos días ‘‘La genética del equipo’’, esa que hace que, por ejemplo, Uruguay juegue con la garra de Uruguay.

No serán los mejores cuartofinalistas de este Mundial iconoclasta, pero son los más competitivos y otro maestro pero del periodismo deportivo como era Dante Panzeri lo sabía muy bien cuando reconocía que «como argentino confieso gran admiración por ellos. Siempre les envidié que nosotros, siendo territorialmente grandes, materialmente ricos, y demográficamente muchos en relación con ellos, no hayamos sabido encarar los años fáciles con aquella filosofía de humildad. Se hicieron fuertes por ser chicos, pocos y pobres. Y al fútbol lo encararon como un dogma de la disciplina social para enfrentar a la adversidad. En el fútbol tomaron aliento los uruguayos para soportar la obligada humildad de su vida diaria».

Precisamente, ese fútbol charrúa, en palabras de Panzeri, «se hizo grande con ese tipo de interpretación del fútbol como hecho condicionante de la vida (...) No hay país más grande que el Uruguay que haya hecho, en fútbol, lo que los uruguayos hicieron siendo los más chicos, y por eso mismo, los más grandes». Y a partir de esa misma convicción, «el heróico y mundialmente único fútbol uruguayo está poblado de leyendas hechas realidad. Tiene los 4 títulos mundiales. Tiene conseguido a patadas que el mundo incluyera al Uruguay en los mapas. ¿Qué cosa admirable o inverosímil no pasa por el fútbol uruguayo?».

Eduardo Galeano, uno de los uruguayos más internacionales y futbolero empedernido, confesaba que al balón «solo jugaba bien, y hasta muy bien, mientras dormía». Pues por compatriotas como el autor de ‘‘Fútbol a sol y sombra”, aunque esté en ese cielo donde habrá colgado el cartel de ‘‘Cerrado por fútbol’’, la Celeste se jugará e irá a muerte en los cuartos ante Francia. «Hoy jugamos por la madre, el padre, la familia, el amigo, el vecino, así que ningún esfuerzo es chico», como arengó allá en el vestuario a sus compañeros el capitán Diego Godín antes de vérselas contra Portugal. Él, Cavani, Suárez, como descifraba ayer mismo el culé, «cuando llegamos nosotros el espejo era Lugano, Forlán, Abreu. Ahora a mí me toca ser de los más grandes y transmitimos lo mismo a los más jóvenes. Nadie es más que nadie acá adentro». De generación en generación.

Y uno solo puede idealizar a la Uruguay del ‘Profe’ Tabárez pero también a la de José Nasazzi ganando el Mundial de 1930 en suelo patrio y venirle a la cabeza Lee Marvin encarnando al comandante Reisman en la mítica ‘‘Doce del patíbulo’’, ¿recuerdan su discurso ante Telly Savalas o Donald Sutherland?: «Se han presentado voluntarios para una misión que les deja tres caminos a seguir: pueden obrar de mala fe, en cuyo caso serán devueltos aquí y ejecutadas sus sentencias, pueden desertar en combate, en cuyo caso yo mismo les volaré los sesos, o pueden hacer lo que se les diga y así seguir adelante». La ‘garra charrúa’ afila sus uñas.