Marianito GORRI
«ENCIERRO DE LA VILLAVESA», FIN DE FIESTA EN IRUÑEA

Y DESPUÉS DE SAN FERMÍN AÚN QUEDABA SAN FERMINA

UNOS SANFERMINES MÁS PARITARIOS QUE NUNCA DEBÍAN ACABAR ASÍ, CON SANTA EN VEZ DE SANTO. Y LAS FIESTAS MÁS PLETÓRICAS EN AñOS TAMBIÉN TENÍAN QUE TERMINAR DE ESTE MODO, CON UN «ENCIERRO DE LA VILLAVESA» APOTEÓSICO, AL QUE NO FALTÓ NI EL MONO TXARLI HACIENDO DE CABESTRO PARA INDURAIN. ¿QUIÉN DIJO POBRE DE MÍ?

Ya hacía ocho horas que en la cercana Plaza del Ayuntamiento se había cantado ‘‘Pobre de Mí’’, pero en Iruñea uno se pone en modo sanferminero el día 6, para el 8 ó el 9 ya ha cogido ritmo y callo, desde el 10 o el 11 piensa que siempre va a vivir así... y el 15 cuesta mucho bajarse. Así que la euforia del populacho se desató con motivo cuando en la cuesta de Santo Domingo fue alzada en su trono la San Fermina de carne y hueso, con el báculo en una mano y la cerveza en otra. Iba a empezar el «encierro de la villavesa», traca final de quienes quisieran que esto no acabara nunca y pelean para ello: Movimiento 15 de Julio.

Y no son pocos los seguidores del revolucionario invento. La cuesta estaba repleta hasta arriba de gaupaseros locales y no pocos forasteros esta vez. Uno de los más animados se pegó un buen costalazo al intentar trepar al hueco de la muralla en que se coloca la santa –ayer no tanto– figura. Un charco de sangre daba fe de que este noveno encierro tenía sus riesgos.

A las 8.05, entre una emoción incontenible que se plasmaba en cánticos a San Fermina, a los jóvenes de Altsasu, al mítico Miguel Indurain, a los barrenderos y a todo quien pasara por allí, la figura del ciclista apareció en la puerta de los corrales, enfundada en su maillot amarillo y sobre su bólido de dos ruedas, la inconfundible ‘‘Espada’’

Un cuarto de hora

Notablemente bajo de forma pero muy bien escoltado por un montón de cabestros (entre ellos el añorado Txarli, el mono pajillero de la Taconera), Indurian subió Santo Domingo aclamado por la multitud y hasta por la pancarta de la peña San Fermín. Fue una gran carrera, por no decir una fenomenal corrida, el orgasmo festivo final. Y esta vez no de dos minutos, como las ocho anteriores, sino de un cuarto de hora en el que hubo emoción por doquier.

Entre las incidencias reseñables, algunos corredores se vieron confundidos por la profusión de petardos en vez de los dos clásicos cohetes que avisan de cuándo se abre el portón y cuándo están ya en la calle todos los toros. Quizás por ello, a partir del Ayuntamiento proliferaron las caídas. También es cierto que el antideslizante poco puede hacer cuando el equilibrio ya es tan precario.

El morlaco amarillo debió detenerse varias veces, unas por no poder superar la barrera humana, otras para recuperar el resuello, algunas más para hacerse selfies con sus admiradores y admiradoras, y a veces simplemente porque tenía sed.

«Que se vayan, se vayan, se vayan», se coreó en previsión de que algún aguafiestas armado apareciera por Estafeta, como en la era de UPN. Pero todo acabó bien y tenía pinta de que si la noche había sido larga la mañana tampoco iba a ser corta. Por Estafeta seguían corriendo de mano en mano las litronas, se saboreaban besos y magreos (sin tomate) y se continuaba exaltando la amistad igual-igual que el mediodía del 6 de julio.

¿Pobre de quién?