Segundo día y ya empieza Lorenzo a joder la manta. Fue salir el sol y empezar a echarse a perder la fiesta. Cosas programadas con que pasar la resaca había un porrón, desde subir a Urgull en romería pirata con Txan Magoa y compañía a tirarte hacia la Bretxa para participar en el concurso gastronómico con productos del país, hacerse el vasquito o la neskita con las euskal dantzak en el kiosko del Bulebar o vivir emociones fuertes en la bajada de traineras en Zuatzu. Pero siendo domingo y agosto, sabido es que el donostiarra de pro lo primero que hace al abrir el ojo es mirar el tiempo, y con 26 grados de termómetro, 28 de sensación térmica, 70% de humedad y 3 de índice UV, pues eso, que mucho rufián cambió del chip fiestero por el dominguero.

«Es que habiendo marea baja a mediodía es una pena perdérsela», alegaba el uno. «No, si es por coger fuerzas para el abordaje...», se justificaba la otra. «Mismos cabrones de siempre», que decía el gran John Benjamin Toshack. Y luego están los farsantes de turno, haciéndose un Aupa Etxebeste! de manual: pero ¡qué demontre vas a ir a tú a la Parte Vieja si del bolso te asoma el cocodrilo hinchable!

Disponer de tres playas en fiestas tiene sus ventajas puntuales. Innegable. Ondarreta queda ideal para la lo kuluxka después de acabar la gaupasa en el Antiguo, como mandan los cánones. La Concha viene que ni pintada para refrescarse de los calores de La Flamenka a la hora que sea, que para eso abre día y noche. Y en la Zurriola vacían la vejiga muy a gusto todas esas mareas humanas que retornan desde los conciertos de Sagues a la Parte Vieja (debía tener efecto diurético el de Amaia Montero porque aquello era un no parar, y no todos parecían, por cierto, de Etxauri o de Pitillas). Pero quitando esos tres o cuatro ratitos, qué quieres que te diga, los dichosos arenales no hacen más que quitarle clientela a lo importante, al lío.

Dicen los socorristas que o se arregla lo suyo o partir del miércoles huelga, y bandera roja al canto. A ver...