Ainara LERTXUNDI
DONOSTIA
Elkarrizketa
LUIS FONDEBRIDER
PRESIDENTE DEL EQUIPO ARGENTINO DE ANTROPOLOGÍA FORENSE (EAAF)

«En ningún país se ha reproducido la violencia por exhumar cuerpos»

Luis Fondebrider es presidente del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), creado en 1984 en plena transición de la dictadura a la democracia. Su labor es reconocida a nivel mundial. El EAAF ha colaborado en la búsqueda de fosas e identificación de desaparecidos en múltiples y complejos escenarios. Historias de dolor pero también de resiliencia, de esperanza y de lucha por parte de los familiares.

El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) ha investigado casos de violencia política, étnica y religiosa en 50 países de los cinco continentes. No sabe de fronteras; va allá donde es convocado, ya sea por familiares de desaparecidos, instituciones o comisiones de la verdad. En Argentina, ha recuperado los cuerpos de alrededor de 1.500 personas, de las que han sido identificadas 670. Entre los expedientes con mayor resonancia internacional figura el hallazgo e identificación de los restos de Ernesto Che Guevara en Bolivia, así como las exhumaciones de Salvador Allende y Pablo Neruda en Chile, y Joao Goulart en Brasil.

«Pero para nosotros, todos los casos iguales, se llamen Che Guevara o Juan Pérez; no hay familiares más importantes que otros», subraya a GARA Luis Fondebrider, presidente del EAAF. En julio participó en el congreso internacional «Cuerpos incómodos. Violencia masiva, fosas comunes y necropolítica. Perspectivas desde las ciencias forenses y sociales», organizado en el marco de los cursos de verano de la UPV/EHU.

Su trabajo, al frente del EAAF, excede el plano científico...

Nuestra tarea tiene muchas implicaciones desde lo social, lo cultural y lo político. Los científicos tenemos una responsabilidad que muchas veces no asumimos. En España, la academia no ha asumido esa tarea. Sería muy diferente la situación si las universidades crearan departamentos para trabajar en materia de memoria histórica y búsqueda de desaparecidos, y que esta no tuviera que ser una labor voluntaria. Es una asignatura pendiente que el sistema académico se ponga al servicio de los familiares. Quienes decidimos ser científicos tenemos una responsabilidad social y no podemos mirar hacia un lado.

¿Qué le motivó a documentar a través de la antropología forense las diferentes violencias políticas y sus consecuencias?

Cuando terminó la dictadura en Argentina, la sociedad estaba muy movilizada. Uno de los reclamos más importantes era saber qué había pasado con las personas desaparecidas. Se convirtió en un tema clave. Yo estaba estudiando Antropología. A petición de las Abuelas de Plaza de Mayo llegó al país una delegación de científicos forenses norteamericanos con el objetivo de exhumar cuerpos y analizarlos adecuadamente. Un grupo de estudiantes de Antropología y Medicina, entre ellos yo, decidimos ayudarlos. En 1984, se formó en Argentina una comisión de la verdad, después llegaron los juicios a la Junta Militar. Los organismos de derechos humanos y los familiares no confiaban en los forenses oficiales porque o habían sido parte de la dictadura o no estaban capacitados para esa tarea. Es así como empezamos a trabajar.

Entre los muchos casos notorios que ha manejado el EAAF está el hallazgo e identificación de los cuerpos de Azucena Villaflor, fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, y la monja francesa Leonie Duquet, que en 1977 fueron secuestradas y trasladadas a la ESMA. El análisis forense permitió demostrar científicamente la existencia de los vuelos de la muerte. ¿Qué trascendencia tuvo este caso para Argentina?

Para nosotros todos los casos son iguales, se llamen Che Guevara o Juan Pérez; no hay familiares más importantes que otros. No obstante, este caso tuvo un impacto importante, porque fueron las primeras madres en ser secuestradas y porque se pudo comprobar todo el circuito de la represión. El hallazgo y análisis de los cuerpos que tras aparecer en las costas argentinas fueron enterrados como NN (sin nombre) permitió completar la información que se tenía.

Sin hacer distinciones entre los casos, ¿hay alguno que le haya impactado en especial?

En lo personal, una exhumación que hicimos en El Salvador en 1992. Me refiero a la masacre de El Mozote, la mayor de América Latina. En 1981, las Fuerzas Armadas salvadoreñas atacaron seis pueblos en el norte del país, matando a cerca de un millar de personas. En 1992 nos llamó la comisión de la verdad salvadoreña. Estuvimos trabajando en el caso y lo más impactante fue recuperar de la fosa los restos de 152 niños que habían sido asesinados. Pero en realidad todos los casos son historias de seres humanos, más allá de la repercusión mediática que tengan e impactantes que sean por lo que significa escuchar a los familiares; sus historias, esperanzas, frustraciones, angustias… Ya sea en Argentina o en otros lugares, siempre son muy fuertes.

¿Es posible poner una barrera entre el antropólogo forense y la persona?

Somos un equipo de 65 personas. Sería muy difícil hacer solo este trabajo. Tenemos una relación muy horizontal con las familias, de mucha confianza y credibilidad. Aunque las historias que nos cuentan son muy duras, los familiares tienen también mucha vida, esperanza y fuerza. Eso ayuda a que lo que uno escucha y vive se compense con la satisfacción de poder aportar. Si bien no devolvemos vida, ayudamos a mitigar tantos años de dolor y angustia, y a que la gente, de alguna manera, pueda rehacer su vida o, al menos, tener un poco de paz.

¿Cómo se comunica a un familiar el hallazgo del cuerpo?

No hay libros de texto al respecto ni nadie te lo enseña en la universidad. Con mucha claridad, transparencia, mostrándole la información que tenemos y respondiendo a sus inquietudes y dudas. Suele ser un momento muy duro, porque es el fin de una búsqueda y la certeza de la muerte. Pero, también supone un alivio para las familias, porque desde ese momento tendrán un lugar para visitar. Cuando un familiar se acerca a nosotros, lo más importante es ser claros con las expectativas y mantenerlos informados. A veces recurrimos a miembros más jóvenes de la familia porque, por ejemplo, en el caso de Argentina ya han pasado muchos años.

El EAAF ha estado en más de 50 países. ¿Cómo se adapta el trabajo a las diferentes culturas, creencias y costumbres?

Teniendo la mente muy abierta, siendo muy receptivos, sin pretender saber todo. Vamos, siendo conscientes de que son escenarios tal vez con una cultura, una religión y un idioma diferente y que tenemos que adaptarnos a ese contexto.

En Timor pidieron la intervención de un médium para localizar las fosas. ¿Es fácil conjugar lo científico y lo espiritual?

Antes que forense, soy antropólogo y, como tal, mi labor es estudiar el ser humano desde el punto de vista cultural y biológico. Eso nos permite entender que hay diferentes tipos de culturas, religiones y que hay diversas formas de relacionarse con la vida y la muerte. No nos pareció extraño que hubiera un médium. Es algo que también ocurre en nuestras sociedades, la desesperación hace que la gente recurra a todo lo que pueda. Y, aunque a veces es complejo hacer coincidir eso con la rigurosidad y formalidad que pueda tener el conocimiento científico, la vida es así. Se trata de dialogar, entender y ponerse de acuerdo sobre cómo trabajar en conjunto.

También han investigado la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. ¿Cómo se trabaja en un contexto en el que la violencia sigue vigente?

Es sumamente difícil. Nosotros empezamos a trabajar en México hace 14 años, primero en Ciudad Juárez a petición de las organizaciones que investigaban la muerte de mujeres. Y lo seguimos haciendo en un contexto en el que las muertes y desapariciones siguen sucediendo y en el que la gente tiene expectativas de que sus familiares sigan con vida. Hay, además, actores no tradicionales implicados, como es el narcotráfico. Es una realidad muy difícil, con mucha desconfianza hacia el Estado por parte de la sociedad civil.

¿Por qué son «incómodos» los cuerpos de los desaparecidos?

Son incómodos para los políticos y para quienes cometieron estos crímenes. Son incómodos porque evidencian la falta de respuestas. Una sociedad no puede construirse sobre la impunidad y el ocultamiento. Obviamente, cada sociedad elige lo que quiere hacer. Quienes cometieron este tipo de crímenes son personas a las que quizás les guste mi mismo equipo de fútbol… no han venido de la luna. En Argentina tuvimos ocho años de dictadura porque la sociedad lo aceptó. En España, si Franco estuvo tantos años fue porque parte de la sociedad lo apoyó. Estos cuerpos incómodos nos están diciendo que a mucha gente le pareció bien que se matara a otras personas. Eso es parte de lo que cada sociedad tiene que dialogar consigo misma, reflexionar y tratar de llegar a una conclusión. Posiblemente, Argentina, junto a Alemania, sea el país que más ha avanzado en verdad, justicia, reparación y memoria. Salvo algunos sectores, el resto está de acuerdo en que lo que pasó no debe repetirse. Costó 30 años llegar a ese consenso. Cuando intentaron aplicar el 2x1 a los militares condenados, 400.000 personas salieron a la calle. Si en Argentina hemos llegado a eso, no es gracias a un gobierno sino a la constante movilización.

¿Cuál es su postura frente a quienes argumentan que es mejor no remover el pasado?

Cuando se dan esos debates, lo que preocupa no son los cuerpos en sí y su simbolismo, sino las personas que están vivas y participaron en esos hechos, que detentan poder y se han visto beneficiadas. España es uno de los ejemplos, junto a Angola o Mozambique, en donde no se quiso hacer nada cuando volvió la democracia. Países más pobres y subdesarrollados, inmediatamente después de una dictadura, comenzaron a investigar. ¿Por qué no lo hizo España? No es mi tarea explicarlo, pero sería beneficioso entender qué y por qué pasó.

En Chad se logró condenar al dictador Hissène Habre...

Mucha gente, por ignorancia, tiene el imaginario de que en Africa la gente se está matando todo el tiempo. No es así. Ese juicio demostró que aun en un contexto muy complejo es posible hacer un juicio con todas las garantías para los acusados y debatir lo sucedido. Uno pensaría que en un país desarrollado de la UE eso también se podría hacer. En ningún país se ha reproducido la violencia por exhumar cuerpos. Es ridículo pensar que abrir una fosa pueda causar una guerra. Este tipo de fantasmas son utilizados para atemorizar e impedir la movilización de la gente. Ese es el triunfo de las personas que cometen este tipo de hechos y lo que más tarda en cambiar.