M.C.
Música contemporánea

Un Mahler de lo terrenal a lo divino 

El segundo concierto de la Orquesta del Festival de Budapest corrió por cauces más tradicionales que el primero, aunque no por ello bajó un ápice su calidad. La orquesta húngara y el Orfeón Donostiarra han coincidido en varias ocasiones y esta vez Fischer quiso regalarles todo el protagonismo con las “Vísperas solemenes del Confesor” de Mozart, en la que el coro tiene una relevancia constante en sus seis movimientos.

El Orfeón los abordó con un sonido comedido y colores transparentes, lo que estilísticamente sentó muy bien la visión clásica de la obra que tenía Fischer. Fue una interpretación sobresaliente en lo musical, aunque el Orfeón no obtuviera el aluvión de aplausos que acostumbra con obras de mayor intensidad expresiva. Fue una pena que Mozart no diera más protagonismo a los solistas, porque había que nos hubiera gustado degustar más tiempo, especialmente la del tenor donostiarra Xabier Anduaga, presente aquí como consolación por no haberlo tenido en “La italiana en Argel”.

La segunda parte nos trajo una cuarta de Mahler magnífica, abordada por Fischer desde la fascinación infantil que Mahler usó como lente a la hora de escribir esta sinfonía que viaja desde lo terrenal a lo divino. Ya desde el primer ritmo de cascabeles se respiró la visión mágica que Fischer tiene de la poesia mahleriana, y los dos movimientos iniciales fueron el viaje de descubrimiento de un sinfín de maravillas sonoras. El carácter cambió por completo en el tercero, abordado a un tempo muy lento, buscando la trascendencia de cada pequeño gesto de la partitura, incluso el más insignificante. Se pudo experimentar la transformación en el sonido de la orquesta, mucho más dulce, hasta desembocar en la escena celestial con que finaliza la sinfonía y que fue cantada con la indicada inocencia por Christina Landshamer.