Antes que nada me fijo en que la mayoría de los y las que vamos a ver “Mom and Dad” nos acordamos al unísono del clásico de Chicho Ibáñez Serrador “¿Quién puede matar a un niño?” (1976). Teniendo en cuenta que ya han pasado más de cuatro décadas desde que aquella obra maestra del fantástico-terrorífico fue estrenada, no cabe sino concluir que su sombra es alargada y que sigue influyendo en el cine actual por la originalidad inagotable de su idea argumental. Desde entonces son muchos los autores que llevan el conflicto intergeneracional a una guerra entre adultos y menores planteada a través de las más diversas variantes. Un buen realizador de películas de acción como Brian Taylor, ya en solitario y sin su colaborador de siempre Mark Neveldine, ha llevado la propuesta del parricidio a su vertiente más desbocada, y por eso ha contado con el mayor histrión viviente para hacer del nuevo Herodes.

Me es imposible concebir esta película sin Nicolas Cage, que por una vez no se pasa de rosca porque se deja llevar por el ritmo enloquecido de la película, que en muchos pasajes del metraje se convierte en un divertido y malicioso correcalles, por aquello del juego infantil del “corre que te pillo”. Y en esa demencial carrera los equipos de relevos se forman por generaciones, porque los nietos son perseguidos por sus padres, y estos a su vez por los abuelos.

“Mom and Dad” resulta ser una comedia negra de lo más lacerante, más que por capacidad propia de transgresión, por ir en la dirección contraria a toda la oleada de melodramas familiares made in Hollywood. A Brian Taylor y su cómplice Nicolas Cage les basta con expresar en voz alta el pensamiento infanticida que acude a la mente de los sufridos progenitores cuando sus retoños les sacan de quicio. Y todo tiene lugar en una de esas zonas residenciales de los suburbios de apariencia idealmente tranquila y confortable.