M.I.
MARY Y LA FLOR DE LA BRUJA

La herencia del Studio Ghibli, recogida por el Studio Ponoc

L os y las fans en todo el mundo del anime del maestro Miyazaki se fueron haciendo a la idea de su anunciada retirada, pero ha sido más difícil de asimilar la desaparición del estudio Ghibli que él mismo fundó. Uno de sus continaudores es Hiromasa Yonebayashi, que a la sombra de Miyazaki y de Ghibli realizó las admirables creaciones “Arrietty y el mundo de los diminutos” (2010) y “El recuerdo de Marnie” (2014). En el 2015 no tuvo otro remedio que fundar su propia compañía de animación Studio Ponoc, y fruto de su andadura en solitario es “Mary y la flor de la bruja” (2017), que sin llegar tal vez a la altura de sus trabajos anteriores sirve como una buena tarjeta de presentación en un sentido a todas luces continuista.

Yonebayashi, al igual que tantos otros animadores de su país, siente predilección por los cuentos y novelas infantiles victorianas, yendo a escoger el libro de inspiración autobiográfica que Mary Stewart publicó en el año 1971. Puede ser visto como un antecedente de la millonaria saga “Harri Potter” de la escritora J.K. Rowling, tanto en cuanto imaginaba una escuela de magia no tan distinta de Hogwarts, y que bautizó con el nombre de Endor College. En esta fantasía la protagónica Mary descubre por casualidad el lugar secreto durante unas vacaciones en el campo con sus tías, mientras espera un tanto aburrida la llegada de sus padres y la vuelta al colegio ordinario. Sin embargo, siguiendo a un gato todo cambia de repente y se vuelve emocionante, al descubrir la escoba voladora y la flor mágica que solo florece cada siete años. Son los elementos que le transportarán al especial centro de enseñanza dirigido Madame Mumblechook y el Doctor Dee, a cada cual más estrambótico.