Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Furia en la reflexión

Como si de una jornada de reflexión se tratara. Venecia empezó a cerrar la Mostra dándonos un pequeño respiro. Atípica imagen para un festival de cine; mucho más extraña en esta edición tan frenética. Han sido diez días ciertamente intensos; casi dos semanas gloriosas, en términos estrictamente cinematográficos, que deberán cristalizar en el Palmarés que se dará a conocer en breve. El jurado presidido por Guillermo del Toro tiene la presión de tener que corresponder, a través de los premios, el excelente nivel medio de esta competición. Bendito martirio.

Pero antes del gran final, como se ha dicho, un poco de pausa. Tiempo para alejarse de las urgencias de la Sección Oficial y sumergirnos en las selecciones satélite, que para mayor gozo, también han rendido a un muy buen nivel. En Orizzonti brillaron dos propuestas del remoto oriente. Emir Baigazin cerró su trilogía de Aslan con “The River”. El tercer episodio de este muy recomendable tríptico (ya se puede decir) confirmó el viaje de regreso hacia los orígenes por parte de este poderoso director kazajo. La edad adulta y el mundo moderno fueron retratados, una vez más, como una fuente potencial de males que nos aleja del único edén posible en el universo Baigazin. Esto es, el pacto originario de respeto entre hombre y naturaleza.

Por su parte, Pema Tseden siguió dando lustro a su filmografía. “Jinpa”, su último trabajo, se presentó como una mezcla entre road movie, noir y western... a la tibetana. Combinación imposible producida por Wong Kar-Wai, y elevada por una filmación exquisita. Los inhóspitos paisajes por los que transitaban los personajes se embelesa- ron con un sentido estético que casaba a la perfección con una concepción del mundo alejada de cualquier lógica racional.

Remanso de paz y tranquilidad con el karma como combustible principal. Último respiro antes de enfrentarnos, ahora sí, al último sablazo de la competición. Ahí esperaba su turno un fijo de la cita veneciana: el maestro Shinya Tsukamoto. Siempre vibrante; siempre furioso. Con “Killing”, su nueva película, llevó su inconfundible nihilismo al tablero de juego del chambara. El cine de samuráis pasó del estaticismo clásico al dinamismo moderno. Se transformó y se dio un atracón de sangre. En la edad feudal japonesa, un joven espadachín debería aprender, a las malas, a imponerse en un mundo goberna- do por la violencia. Sin piedad ni ningún ápice de concesión a la heroicidad. Tsukamoto siguió golpeándonos con sus personajes torturados; condenados. Agarró la cámara como quien empuña una katana, y remató la 75ª Mostra. Tenía que ser él; tenía que ser así. Glorioso.

Y si los galardones acompañan, ya será de traca. Muchos favoritos en las quinielas: Alfonso Cuarón con “Roma”, Yorgos Lanthimos con “La favorita”, Jacques Audiard con “The Sisters Brothers” o los Coen con “The Ballad of Buster Scruggs”. De momento, Venecia sigue oliendo a Óscar... pero también a autoría. No debería descartarse a “The Nightingale”, de Jennifer Kent, ni “The Mountain”, de Rick Alverson... ni mucho menos “Sunset”, de László Nemes.