Corina TULBURE
LA DERIVA DEL ESTE DE EUROPA

Rumanía esquiva la ola «iliberal» con el fiasco del referéndum

A pesar de la financiación, la implicación de los políticos y la Iglesia, la gente ha dado la espalda al referéndum y no ha acudido a las urnas. El fiasco del referéndum supone, más allá del golpe a la Iglesia ortodoxa y a los sectrores ultraconservadores, un castigo a la clase política corrupta que ha intentado capitalizar la consulta ante las críticas de la UE.

Las lagrimas y abrazos se fundieron en uno en un club de la comunidad LGBTI de Bucarest cuando se conoció el fracaso de la convocatoria del referéndum homófobo en Rumanía, que registró un 20,4% de participación, lejos del 30% mínimo para validar la consulta. Una participación inesperadamente raquítica, que ha provocado que en las redes sociales aún se viva la resaca del fiasco.

La prórroga de la jornada de votación, las presiones desde alcaldías o incluso desde los sanatorios para que la gente fuera a votar, la multitud de carteles pegados hasta en las ventanas de los puntos de votación y, sobre todo, las semanas de propaganda difundida por los canales de televisión de mayor audiencia auguraban lo peor.

No hay que olvidar que la Coalición por la familia, organizadora del homófobo referéndum, paraguas de una veintena de organizaciones con discursos próximos a la extrema derecha, lleva tres años movilizando a la gente y difundiendo campañas sobre la prohibición del aborto o del matrimonio gay, mientras obtiene financiación de organizaciones afines de EEUU.

El mayor temor el domingo eran los resultados del mediodía, cuando se esperaba que los curas ortodoxos presionasen para que la gente fuera a votar después de la misa. Algunos observadores de las mesas del referéndum han señalado que había personas traídas por los curas a votar. En las elecciones anteriores, se demostró que la Iglesia ortodoxa podía movilizar a un alto porcentaje de personas gracias a una red bien organizada en todo el país. A eso se añade el hecho de que más de un 70% de los diputados y senadores rumanos han defendido y votado a favor de la celebración del referéndum homófobo y en las primeras horas del sábado fueron los primeros en acudir a las urnas. La única formación parlamentaria que se opuso a la celebración del referéndum fue un partido minoritario, la Unión Salvad Rumania.

Y a pesar de tenerlo en apariencia todo a su favor, ni los políticos ni las instituciones lograron movilizar a la gente, que decidió quedarse en su casa.

Las razones son variadas: muchos no estaban de acuerdo con este referéndum con mensajes de odio hacia la comunidad LGBTI y lo han visto como una estrategia de manipulación del Gobierno para evitar las acusaciones de corrupción y los problemas reales, el mayor, la pobreza. Otros simplemente no han considerado la definición de la familia como un problema importante en sus vidas y han seguido con su rutina, indiferentes a la propaganda: en el campo es temporada de hacer vino y conservas para el invierno. Sin embargo, ha quedado en evidencia la rabia de los votantes hacia los organizadores del referéndum, los políticos corruptos. Esta ausencia de las urnas muestra con claridad un síntoma: la discrepancia entre los gobernantes, las instituciones y los ciudadanos, que han mostrado más sentido común y tolerancia que los políticos del país.

Tras el referéndum se ha iniciado un debate real para la defensa de los derechos de las minorías sexuales, mientras que el antiguo sistema de alianzas políticas parece tambalearse. De forma estratégica, tanto el partido socialdemócrata, como el liberal han mantenido sus vínculos con la Iglesia ortodoxa con vistas a las elecciones. Financiar las iglesias o sus redes territoriales y construir una Catedral de la Redención del Pueblo justo en la proximidad de la gigantesca Casa del Pueblo de Ceausescu representaban símbolos de que se seguía la misma política clientelar para conseguir votos. Con el fracaso del referéndum, ya han surgido las primeras acusaciones entre la Iglesia y sus interlocutores políticos.

No obstante, tras el golpe recibido por la Iglesia ortodoxa y los partidos tradicionales, es difícil saber qué puede suceder. Se ha abierto la posibilidad a otras estrategias políticas, a formar nuevas coaliciones de la oposición y sobre todo a impulsar un nuevo electorado, dado que la política rumana, con pocas excepciones, había quedado estancada en los últimos 20 años en las manos de los grandes partidos que compartían el mismo electorado.

Tampoco se puede ignorar a los 3,7 millones de votantes que han acudido a las urnas. Es posible la creación de una coalición de los movimientos ultraconservadores de la mano de la Iglesia ortodoxa, que sin duda mantendrá su presencia en el espacio público.

Pero la novedad que ha traído el referéndum ha sido un discurso contra la UE. Es la primera vez en Rumanía que desde el Gobierno se han escuchado críticas hacia Europa, similares a las de otros líderes que promueven democracias «iliberales».

Con el referéndum se pretendía asegurar al desacreditado líder de los socialdemócratas un respaldo popular basado en la defensa de los valores «cristianos» ante una decadente UE, un discurso análogo al Fidesz de Viktor Orban. Los adeptos de la Coalición y las demás formaciones conservadoras compartían un moralizante mensaje en defensa de una Europa cristiana, una defensa de Europa de ella misma, de aquella Europa decadente. Con todo ello, a pesar de la artillería propagandística empleada, de los fraudes y de la generosa financiación, el referéndum se ha vuelto en su contra.