Itziar Ziga
Escritora y feminista
JO PUNTUA

La mujer de al lado

Pegada a la tele como una ventosa, descubro a la fascinante campeona del mundo de kickboxing Esther Páez. Hoy tiene 49 años y empezó a entrenar con 17, cuando casi ninguna chica quería ser boxeadora. Fue madre soltera de una niña a la que llamó Valeria, como la mujer de Conán el Bárbaro. Tiene un derechazo demoledor y lleva toda la vida enseñando a otras mujeres a defenderse, empezando por sus vecinas de Nou Barris. «A mí ningún hombre me ha maltratado, pero vivo en un barrio obrero y he visto cómo a mis amigas les hacían de todo. Una vecina, harta de recibir tantos palos, me pidió que le enseñara a esquivar los golpes y le mostré el camino para derrotar a ese monstruo. Ahora es tan fuerte que nadie le pondrá más la mano encima. Todos los maltratadores son unos cobardes, cuando los ves en la calle no tienen ni media hostia». ¡Cómo los conoces, Esther!

Cuando mi ama contó que iba a separarse, la vecina de arriba le dijo: si lo denuncias, testifico a tu favor. Se llamaba Edurne, y me reconfortó que alguien nos hiciera saber que los golpes y los gritos atravesaban el muro patriarcal. La portentosa cantante Sorkun fue mi amiga en la infancia y, tras más de dos décadas sin contacto, me contó que yo le había hablado de la violencia de mi aita. Fue una grata sorpresa, no recordaba haber incumplido ya con doce años el silencio patriarcal que nos condena al aislamiento. Me alegré por la cría que fui, por la mujer que soy, y por la fuerza de todas nosotras juntas. Fue durante la atroz caza de brujas cuando nos encerraron en nuestras casas: cualquier complicidad entre mujeres era sospechosa de akelarre. Ningún sistema de opresión es gilipollas, dividirnos traumáticamente entre nosotras era imprescindible para acabar con el poder social y sexual de las mujeres. Y precisamente desde esa alianza femenina que nunca perdimos del todo, la espontánea y la organizada, nos hemos remontado juntas desde el abismo.

Tengo muy buen rollo con mis vecinas de ahora, me mandan a escribir entre risas cuando me vuelven a ver de farra. En vano.