Raimundo Fitero
DE REOJO

Los minerales

Las guerras se han provocado de manera habitual por la necesidad de minerales. El oro, la plata fueron en un principio los que movían a las legiones para irse a buscarlos allá donde estuvieron. Después le siguieron infinidad de minerales que fueron aportando metales para la industria, la locomoción y, sobre todo, la guerra, ese gran recurrente que ha hecho avanzar economías y medicina.

Acabamos pensando que todo se resolvía con un algoritmo, pero resulta que para que los algoritmos se empoderen del pensamiento y del quehacer diario invisible, es necesario minerales que conduzcan, que catalicen, que sirvan para que se vaya más rápido en las redes, en esta comunicación que cuando sale de su emisor siempre llega tarde y pasada al receptor, porque ya se ha producido otra noticia que sustituye a la anterior.

Lo del oro es tan obsesivo, que hay un programa de esos extravagantes que se dedica a mostrarnos a los nuevos buscadores de este metal precioso en diferentes puntos, con maquinaria pesada, en los más recónditos lugares donde hubo o se piensa que hay. Para tener y mantener esos aparatos, movilizar a tanto personal, deben encontrar sus piezas suficientes para alimentar la esperanza. Son una suerte de furtivos que deben competir con las bien pertrechadas organizaciones multinacionales que explotan minas subterráneas y en abierto de todo tipo de mineral en auge comercial.

Lo del centro de África con los minerales para los teléfonos supuestamente inteligentes es una auténtica barbaridad se mire por donde se mire. Lo vemos sucesivamente en documentales y reportajes y nos quedamos tan anchos. La explotación y las condiciones miserables de esclavitud. Se hablaba con aproximación ideológica de diamantes de sangre, pero también habría que hablar de teléfonos de sangre. O de ordenadores de sangre.