Considerado con todo merecimiento como el discípulo aventajado de Gustav Klimt, Egon Schiele destaca sobremanera por su pericia a la hora de retratar/recorrer con su pincel la geografía física de las mujeres que posaron y compartieron su vida. Sobre la pantalla, el cineasta Dieter Berner plasma las inquietudes creativas y, sobre todo, los demonios internos que albergó un joven y audaz artista que vivió marcado por diveros episodios de pederastia y una infernal infancia dictada por la locura que provocó en sus padres la sífilis. De todo ello sale como resultado un discurso en el que se suma lo grotesco de las formas, la constante sombra de la muerte y un subrayado sexual en el que la mujer gobierna el lienzo.

La sublimación de lo sexual ocupa buena parte de las tonalidades de una paleta multicolor en la que Schiele se coloca a sí mismo ante el lienzo para plasmar autorretratos de formas retorcidas, una especie de juego distorsionador de aquel siniestro retrato de Dorian Grey que se retuerce de dolor y vive condenado al olvido en algún desván. El filme no incide demasiado en los pasajes sórdidos de la fugaz vida de un artista que falleció a muy temprana edad y sí se revela como un cuidado y sensible proyecto en el que asistimos a las dudas que asolaron al artista y, sobre todo, a las relaciones que mantuvo con sus muy dispares musas. Tal vez excesivamente academicista, este biopic transita sin excesiva dificultad gracias a un discurso directo, bien elaborado en su tratamiento dramático y sutil en sus formas. A falta de valentía a la hora de jugar con las formas retorcidas y, a la vez, sensuales legadas por el pintor austríaco, “Egon Schiele” se revela como un correcto boceto de buena factura y en el que destaca la entregada labor interpretativa ejecutada por Noah Saavedra.