Iker Bizkarguenaga
Periodista
IKUSMIRA

Inhumanidad uniformada

Es imposible condensar en unas pocas líneas nueve sesiones de vista oral, pero a modo de resumen podemos decir que los testigos han derruido el andamiaje de la defensa de los ertzainas imputados por la muerte de Iñigo Cabacas. Ni hubo pelea multitudinaria en la herriko, ni decenas de encapuchados lanzaron adoquines a los agentes, ni aquello fue una guerra. Queda por ver cómo se cierra el juicio, pero el retrato general es meridiano.

Sin embargo, más allá del duelo procesal, después de un porrón de horas escuchando testimonios hay elementos que a uno se le quedan grapados muy dentro. Por ejemplo, asusta la facilidad con la que unos funcionarios se refieren a una parte de la ciudadanía en términos despectivos –«radicales», «borrokas»– y tachan los lugares que frecuentan de «hostiles». ¿Puede un ertzaina hablar así de alguien a quien en teoría debe servir?

También chirría la constatación de que administración y policías están conchabados para minorar los daños. Lo vimos en la instrucción y se lo hemos oído a una agente que admitió haberse reunido con abogados del Gobierno para preparar una versión oficial.

Pero lo más crudo ha sido el testimonio de aquellos que pidieron ayuda cuando vieron a Pitu en el suelo. Todos han relatado golpes y amenazas, insultos y humillaciones, también risas de los uniformados. Y es terrible. Porque pueden decir, en vano, que aquello fue un accidente, pero esa actitud inhumana cuando un chaval yacía desmadejado no es accidental, les viene de serie. Es terrible, porque esa gente carcome el cuerpo que integra, una Policía que unos llaman «nuestra» y para muchos nunca lo será. Así, jamás.