Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Mi obra maestra»

La gran farsa del mercado del arte

La primera impresión que se desprende de este trabajo inaugural en solitario del cineasta argentino Gastón Duprat, con el codirector de sus otras ocho películas Mariano Cohn en tareas de producción, es que es más comercial. Lo confirman los más de 500.000 espectadores que la han visto en su país, y el Premio del Público obtenido en la Seminci de Valladolid. Puede parecer una contradicción, porque se supone que está satirizando precisamente el mercantilismo en el mundo de arte, pero no lo es, ya que se trata de una comedia ligera que parte de la percepción que el ciudadano de a pie tiene del fraude artístico en cuanto negocio destinado a la alta burguesía y demás instituciones con poder adquistivo. Muestra la cara más superficial del marketing cultural, que es la que todos conocemos y la que además nos afecta directamente como contribuyentes.

El gran mérito de Duprat en su divertida ópera prima por separado es hacernos ver que para que la farsa de la cotización artística se mantega al alza requiere que pintores y galeristas vayan de la mano. Como quiera que creadores plásticos y marchantes se necesitan, “Mi obra maestra” está presidida por la vieja amistad entre el pintor Renzo y su representante Arturo, respectivamente interpretados por el veteranísimo Luis Brandoni y el siempre genial Guillermo Francella. Sus caracteres no pueden ser más opuestos, algo que no impide que entre ambos se de una especie de extraña lealtad. Cuando Renzo se encuentra en la fase decadente de su carrera no es abandonado por su socio, que sabrá ingeniárselas para revalorizar sus cuadros aunque para ello tenga que especular con su muerte.

Son peajes que hay que pagar para seguir viviendo del trabajo creativo, como para cualquier cineasta argentino lo es la obligada coproducción con el Estado español. Duprat deja claro que la presencia del actor Raúl Arévalo es impuesta desde el exterior, anulando su papel.