Errose Erezuma, Itziar Lizarralde, Begoña Castillo, Nerea Zabala, Jose Luis del Val, Santiago González y José Luis Herrero
Egia, Justizia eta Oroitzapena Taldea
KOLABORAZIOA

La mirada de Celes Álvarez

Quizás en un principio, y desde una mirada corta, se pudiera identificar a Celes, la madre de Naparra, como una especie de «ser para la muerte», utilizando la expresión de un conocido filósofo. Y esto en el doble sentido de su condición de víctima: víctima por el asesinato de su hijo y víctima de su desaparición, esta última aún más dolorosa que la primera dado el tiempo transcurrido y el particular vía crucis padecido. Sin embargo, la situación creada 38 años más tarde por el esfuerzo desplegado por su familia en el esclarecimiento de lo sucedido, nos reclama adoptar una mirada diferente. Porque el recuerdo de Naparra, más allá de su materialidad biológica, se encuentra más vivo que nunca en el corazón y pensamiento de mucha gente, y la propia madre –y su inseparable hijo Eneko– son hoy en día figuras ampliamente reconocidas y respetadas por su comunidad y fuera de ella. Y se han convertido en símbolos perdurables de dignidad y coraje. De ahí el eco público que ha tenido el reciente fallecimiento de Celes.

Lo que ha ocurrido es que el accionar de Celes en ese largo periodo de tiempo se correlaciona más con la vida que con la muerte a pesar de entroncarse en un acontecimiento doblemente mortuorio. Y es que ha surgido en ella un exceso sobre sí misma por amor al hijo que se ha reflejado en un titánico esfuerzo de supervivencia levantado contra la muerte misma, en un deseo de disociar el doble hecho luctuoso de la atadura mortal que esos sucesos podrían conllevar para su propia existencia vital, en el caso de haberlos asumido con dolor pero de forma pasiva y resignada. Porque la verdadera muerte se encuentra precisamente en el hecho de adoptar una actitud no combatiente. Pero la madre supo transformar la muerte en vida, consiguiendo resucitar a su hijo del olvido, resucitando de paso ella misma al convertirse en una militante singular a la cual nos resultaba sencillo no solo entender sino querer y admirar. Ella comprendió y sintió que la auténtica vida libre, la que precisamente llevó Celes en esos dolorosos pero paradójicamente también satisfactorios años, debía estar consagrada en cuerpo y alma a no retroceder frente al fantasma de la muerte y mantenerse siempre en pie ante la realidad trágica de su hijo asesinado y desaparecido.

La fuerza de Celes consistió en alterar aquel destino de existencia subordinada al dolor y la muerte al que parecía estar condenada, variando su rumbo. Demostrando que se puede vivir «en verdad» y plenamente a través de una lucha persistente y organizada, precisamente utilizando el anclaje de un hijo desaparecido, y se puede extraer lo mejor de la vida a partir de la tumba desconocida de un ser querido. Pasando de una etapa de dolor, soledad e impotencia a otra de entrega, solidaridad y confianza, aunque en el camino te encuentres a menudo con obstáculos que parecen insalvables. Consiguiendo elevar una petición inicial de justicia y verdad planteada casi en solitario a la categoría de reclamo popular y universal, reconocido por instancias internacionales y las instituciones vascas.

Siempre nos acordaremos de tu dulce mirada cargada de profundidad a través de la cual y sin ni siquiera hablar nos trasmitías al mismo tiempo serenidad y firmeza, dolor y esperanza. Allá donde estés, junto a Patxi, deseamos que tus sueños de Justicia y Verdad encuentren más pronto que tarde acomodo en este mundo difícil que te tocó vivir y que iluminaste con tu vida y seguirás iluminando con tu muerte.