MUGURUZA Y LLUCH, UN PUENTE CON LA VERDAD COMO BASE
AMBAS PERDIERON A SU PADRE POR DOS VIOLENCIAS POLÍTICAS DE SIGNO CONTRARIO, UNA A LOS 30 AñOS, OTRA 17 DÍAS ANTES DE NACER. HOY AMBAS COMPARTEN MUCHO... Y APORTAN MÁS.

Se conocieron hace medio año en una jornada convocada por el Ayuntamiento de Barcelona y ayer volvieron a sumar sus testimonios en Bilbo. En la misma mesa, Ane Muguruza –hija póstuma de Josu Muguruza, diputado de HB víctima de la guerra sucia en 1989– y Rosa Lluch –hija de Ernest Lluch, exministro del PSOE con cuya vida acabó ETA en 2000–. Era una charla organizada en la Universidad de Deusto por el Foro Social Permanente e Hitz&Hitz Fundazioa. Ane y Rosa, Rosa y Ane, reviven en la memoria colectiva dos muertes que «provocaron un impacto político tremendo y sobre todo dolor, profundo dolor», se remarcó en la presentación. «Dos asesinatos selectivos, no al azar», añadió Lluch.
La de los «puentes» fue metáfora dominante en la sesión. Lluch concluyó animando a construirlos en Euskal Herria, sobre este principio: «Cada uno tiene que reconocer en qué falló, qué hizo mal. Pero, por favor, sin comparaciones. Y sin recibir humillaciones. Debéis dejar de coexistir para empezar a convivir».
Una y otra comenzaron compartiendo reflexiones sobre la condición de víctima, etiqueta que no niegan pero que sienten que se les queda corta. Lluch lo explicó así: «¿Soy víctima de ETA? Sí. ¿Soy hija de Ernest Lluch? Sí. Pero soy también historiadora, profesora de Universidad, mujer, madre, he pasado una grave enfermedad, soy catalana... soy muchas cosas. Lo que nos diferencia a unas y otras víctimas, con todo el respeto, es que algunas seguimos con el camino que teníamos antes de eso que no elegimos ser».
Muguruza añadió: «Soy hija de Josu, sí, pero también de Elena. Tengo 29 años, nací 17 días después de que asesinaran a mi padre, pero el conflicto apareció en mi familia mucho antes, no fue algo puntual. Mis padres estuvieron en el exilio, en la cárcel... mi padre fue el primero que entró en el bar cuando el GAL mató a Ramon Oñederra ‘Kattu’».
Les hace especiales e iguala también el modo cómo han afrontado sus dramas. Muguruza destacó que en su casa no ha conocido «ni odio ni venganza ni ojo por ojo», aunque sí el sentimiento de injusticia por la impunidad. Y Lluch aportó su especificidad: «Soy catalana, de otro país, con otra cultura, con otra forma de mirar el mundo. De donde yo vengo, la mayoría de la gente es contraria a la violencia, no la entiende».
Todos perdedores
La necesidad de verdad es otro factor común, determinante. La vasca reiteró que «yo no necesito ver a los que mataron a mi padre en la cárcel para sentirme reparada, preferiría un reconocimiento público del Estado». A la catalana le dan vuelta en la cabeza algunas preguntas que sí aliviarían su dolor: «¿Quién decidió matar a mi padre? ¿Por qué? ¿Para qué? Necesitamos la verdad para seguir andando, no para vengarnos ni recrearnos». En cambio, no necesita ni apoya que los presos estén lejos, menos aún cuando «su familia no tiene que pagar por ello, ni aunque hubieran compartido sus crímenes. Y la ley debe aplicarse igual para todos».
El relato es una cuestión que envenena el camino, que socava los puentes. Ane Muguruza incidió en que «si se quiere hacer una memoria compartida, es fácil»; reivindicó «la empatía, fijarnos en lo que no nos hemos fijado antes, porque todos hemos mirado hacia otro lado»; y añadió como colofón que «aquí no hay vencedores y vencidos porque todos hemos perdido, hemos perdido mucho». También para Rosa Lluch esa memoria tiene que recoger tanto la violencia de ETA como la estatal, subrayando siempre que ninguna violencia es aceptable.
Desde el Foro Social, Agus Hernán les dio las gracias y emplazó a los agentes vascos a empujar también por la verdad.

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