EDITORIALA
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No se debe ceder terreno ante la derecha en ningún ámbito

Sea en Madrid, en Brasilia, en Washington o en Gasteiz, muchas de las banderas de la extrema derecha suelen ser de conveniencia. Huelen la ira y la azuzan. Mentir sin pudor ofrece una gran cintura política. Cada fascismo tiene, eso sí, sus genealogías totalitarias, sus referencias y obsesiones, sus supremacismos particulares. Todos comparten el machismo, el racismo, el clasismo y el victimismo.

En general, su naturaleza salvaje les ofrece una guía sobre la que construir discursos despiadados y contrarios a los derechos humanos. Lo increíble no es que haya gente que dé por buenos esos discursos, sino que sus adversarios compren esos debates y asuman esos marcos y los refuercen. Ahora, además, los reaccionarios hacen pasar medidas tradicionales de «orden y ley» por políticamente incorrectas. Y se lo conceden.

La bandera del antifeminismo es común a todas las derechas y, en el contexto de la revolución feminista, esa misoginia política adquiere un carácter reaccionario aún más fuerte. En el caso del Estado español tiene características propias que afectan a la sociedad vasca.

Laura Luelmo, terror sexual y reacción

En torno a la desaparición forzosa, violación y muerte de Laura Luelmo en Huelva se han reproducido gran parte de los esquemas que la investigadora Nerea Barjola ha desentrañado en su libro “Microfísica sexista del poder”, dedicado al denominado caso Alcàsser. La actualidad ofrece nueva luz a este análisis sobre el terror sexual sufrido por Antonia Gómez, Desireé Hernández y Míriam García, y que marcó a toda una generación.

Entre otras cosas, aquel caso supuso una reacción de los poderes contra el movimiento feminista, contra su agenda y su creciente influencia. El caso de Laura Luelmo ofrece a esos poderes y a los medios de comunicación conservadores la oportunidad de despolitizar esta realidad y reducirla a crónica negra y amarillismo. El objetivo es que las mujeres sientan ese miedo y cambien su conducta, cuando lo que debería promoverse es el cambio en los hombres y en las estructuras de poder que permiten esta violencia. Alientan un marco punitivo que aparenta preocupación por las mujeres pero que sigue normalizando la violencia contra ellas. El problema no es correr sola, son los agresores.

La ultraderecha es la vanguardia de esta estrategia antifeminista. A la vez que promete derogar leyes contra la violencia sexista, niega las agresiones contra las mujeres por el hecho de serlo, habla de un acoso al hombre heterosexual blanco que no existe y miente sobre las denuncias falsas y su impunidad, VOX ha intentado canalizar la rabia y la impotencia en torno a la muerte de Luelmo. Ofrece un marco represivo y regresivo ya conocido: la cadena perpetua. Nada nuevo, y sin embargo muchos han caído en la trampa de la mano dura.

Precisamente Bernardo Montoya es un producto de una de sus más metódicas factorías del patriarcado: la cárcel. Que la prisión por sí sola no es la solución al problema de la violencia sexista lo demuestra este caso como pocos. Evidentemente, él es responsable de todo lo que ha hecho, pero no es el único responsable. La judicatura y el sistema penitenciario ni vieron el sesgo de género de los delitos por los que Montoya ya había sido juzgado ni garantizaron que su paso por prisión fuese nada más que un castigo y un paréntesis criminal.

Que Montoya sea de etnia gitana les sirve a los reaccionarios para adornar aún más sus tesis. Lo cierto es las mujeres de esa etnia están inmersa en una reflexión comunitaria profunda en torno al feminismo que hay que apoyar y respetar, porque tiene un potencial transformador muy peculiar.

La tentación punitivista debe confrontarse. La reacción feminista a la sentencia de La Manada ha marcado una pauta muy positiva: el debate no es la pena sino la sentencia, la doble victimización, el relato, la justicia patriarcal. Es cierto que el miedo puede hacer recular a una parte del movimiento, desviando posiciones y premiando un instinto conservador que siempre está presente. En este momento esa perspectiva no es ni eficaz.

La influencia del debate público español en la sociedad vasca es innegable. Sin embargo, la conciencia feminista en Euskal Herria muestra la resistencia a esos impulsos reaccionarios estatales. No existe una fórmula mágica contra la ultraderecha, pero la fuerza emancipadora del feminismo aporta. Y aquí existen herramientas, análisis y condiciones para no ceder terreno en el avance hacia la igualdad y la justicia.