Raimundo Fitero
DE REOJO

Inquietos

Mientras intento descubrir el sexo de las musarañas, escucho a lo lejos a Maduro tararear eufórico una cancioncilla para terminar con un contundente “¡que Viva España, carajo!” que me coloca en el alfeizar de mi subconsciente y no hago otra cosa que escuchar el silencio culposo de Pablo Iglesias. La verdad, se me mezcla también el otro Iglesias, Julio, que colecciona botellas de vino de primera calidad. Empiezo a inmunizarme sobre los asuntos venezolanos y sobre todo lo referente al caso del niño del pozo de Totalán, aunque el cura del pueblo cercano es un hijo del golpista Tejero. Voy atando cabos sueltos, amarrados y de graduación militar.

Por eso, cuando sin darme cuenta veo un anuncio que dice a voz en grito “es para culos inquietos”, me ruborizo, sacudo mi columna vertebral, aúllo hacia dentro y sigo las imágenes de los cuerpos jóvenes moviéndose con absoluta libertad, practicando deportes, sentándose de manera resuelta y hasta montando en bici que me proporcionan los publicistas hasta babear y cuando ya están todos los frenos desatados, la imaginación convertida en una bola sebosa, acabo dándome cuenta de que se trata de una crema para las hemorroides. No uso. Estoy exento de esos sufrimientos, pero me temo que eso acostumbra a salir en el recto, en el ano, en su periferia más inmediata y no en el culo, que es como llamamos los hijos del patriarcado a los glúteos.

Tengo que meter esta frase, porque soy un cerebro inquieto. Es de Diego Carcedo, histórico reportero de TVE, y hasta jefe de informativos del mismo canal: “Ante el político, el periodista debe ser tan cínico como él”. Añado: o un poco más, para soportarlo. La relación de periodistas y políticos forma parte de la idea justa y precisa de culos inquietos que se alivian con cremitas de homeopatía partidista.