Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

Folletín criminológico (y II)

Mala prensa tiene este término –folletín– y, sin embargo, grandes novelas realistas de Balzac o Galdós se publicaban a guisa de folletín –por entregas– en los faldones de los finiseculares periódicos tamaño sábana.

Ocurre que la exhibición impúdica de aberraciones y escabrosidades a la que se pretende que asistamos morbosamente roza –por el reseteo del tratamiento– la, vale decir, farandulización lasciva de estos tiempos en que vendrán años más malos que nos harán más ciegos, como nos avisó el profeta Rafael Sánchez Ferlosio.

Escribía Óscar Wilde que «en el hombre, las emociones se suscitan más rápidamente que la inteligencia. Es mucho más fácil solidarizarse con el sufrimiento que con el pensamiento. Pero sus remedios no curan la enfermedad: simplemente la prolongan. En realidad sus remedios son parte de la enfermedad». Es un llamado a, diríamos hogaño, no «legislar en caliente», que es lo que cumple en Derecho Positivo y, no obstante, oyendo ciertos «clamores», léase tertulianos venales y nescientes, parecería que estamos en un congreso de frenología o medición de cráneos –craneología– para determinar la inteligencia y catadura moral del individuo que, si presentaba ciertas características, se deducía la innatez de su conducta, otrosí: la cara es el espejo del alma, ¿no es cierto? Moriarty, el enemigo mortal de Sherlock Holmes en la ficción de Conan Doyle (gran seguidor del espiritismo en su época, by the way), el «Napoleón del crimen», como le llamaba con admiración Holmes, era partidario acérrimo de la frenología.

En 1876, el médico –y socialista– Cesare Lombroso publicó un opúsculo titulado “El hombre delincuente” donde consideraba «atávicas» las limitaciones de ciertos criminales, esto es, dicho hoy, «no reinsertables». También habló, ya entonces, de cómo «la prensa azuzaba la criminalidad que estimulaba un apetito mórbido y una curiosidad aún más enfermiza entre las clases bajas». Vale.