Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

De lobos y reyes

Más allá de las sospechas y antipatías que pueda llegar a despertar su envergadura, lo cierto es que Netflix se ha acabado erigiendo en una de las factorías más poderosas en el seno del séptimo arte, así como en un elemento imprescindible para tomar el pulso a la industria del entretenimiento. Así lo atestiguan unos números (de suscripciones, de visionados...) que, por cuestiones de opacidad, nunca deben tomarse demasiado en serio; así lo atestigua una lista de autores «en plantilla» que, ahora sí, invita con más argumentos a la admiración colectiva.

«La gran N» del VOD se ha convertido en la mecenas principal de un tipo de cine cuya firme apuesta autoral hace que siga sin encontrar su sitio en las salas de exhibición. Lo que antes sería un drama ahora (la práctica imposibilidad de existir), ahora se traduce simplemente en otra manera de llegar al espectador. Más cómoda, sin duda, y a lo mejor más directa en materia de satisfacción de unos gustos que, inevitablemente, se definen por lo particular.

Hablando de... el desenfrenado ritmo productivo de Netflix nos obliga a mirar al pasado pretérito (es decir, a retroceder un par de meses en el calendario) y a recuperar dos de los títulos que en su día, a lo mejor, pasaron desapercibidos en aquel inagotable catálogo. Ahí quedaron, para ser recuperados a posteriori, “Noche de lobos”, de Jeremy Saulnier y “El rey proscrito”, de David Mackenzie. El primero es un thriller glacial cuya acción tiene lugar en la Alaska contemporánea, mientras que el segundo es una épica histórica que bien podría definirse como una continuación directa de la “Braveheart” de Mel Gibson.

Dos escenarios, dos épocas y dos géneros cinematográficos que poco o nada tienen que ver el uno con el otro... excepto, como ya se ha dicho, esa mirada única para captar (quién sabe si descifrar) la materia estudiada. Primero tenemos a Jeremy Saulnier, cuyo tratamiento único de la violencia (a fuego lento hasta llegar a un punto de ebullición ciertamente impactante) se descubre, a las primeras de cambio, como la herramienta perfecta para plasmar un mundo (el nuestro, fuera exotismos) siempre ligado a la herida. Desde la abrasadora arena de Irak hasta las congeladas montañas del noroeste americano, el director estadounidense mezcla el suspense del thriller con la adrenalina de una acción impecable, tanto en la coreografía como en su naturaleza ilustradora. Y es que en su nueva película, hombres y lobos comparten espacio, pero también instintos, y cómo no, sed –insaciable– de sangre.

Esta misma brutalidad exhibe David Mackenzie en “El rey proscrito”, epopeya ambientada en la Bretaña del siglo XIV, un territorio que se desangra por los intereses irreconciliables y los agravios imperdonables disparados entre Inglaterra y Escocia. Las aventuras Robert the Bruce, héroe norteño, adquieren aquí un gusto por lo íntimo que, sorpresa, casa a la perfección con la espectacularidad de las mejores producciones bélicas. El resultado es un film orgullosamente ambivalente: contundente tanto en la gran escala como en la más mínima.